Una hecatombe anunciada

Manuel José Álvarez Didyme

De acuerdo con registros estadísticos conocidos recientemente por la opinión, “la tasa de motorización” -entendiéndose por esta el número de los carros y motos que van siendo registrados al entrar en circulación-, se encuentra desbordada en todas las ciudades del país, Ibagué incluida, y continúa incrementándose sin pausa hacia el futuro, muy por encima de los estimativos efectuados hasta hoy, lo cual debe mover a la opinión, hacia prontas reflexiones. Pues tal cifra, que ya supera los varios cientos de miles de automotores al año en el país, describe una aterradora realidad que por su inminencia, debiera ya haber prendido las alarmas, alertando a las administraciones locales actuales y las que se inician en el año 2020, para que, sin pausa ni dilación, orienten su actuar hacia el aprestamiento necesario para encarar la hecatombe urbana que se avecina inexorablemente. Y es que con urgencia se requieren imperiosas medidas de solución, máxime cuando una simple y no muy detenida observación permite apreciar el terrible caos del panorama, ante el generalizado desacato de la normatividad vigente que gobierna el sector, expresado en irrespeto de la prelación y el sentido de las vías, falta de sincronización de los semáforos, la precaria educación de conductores y peatones, etc.,  etc.-, al igual que la imperiosa racionalización del parque automotor público urbano, dada la superabundancia de buses y taxis completamente vacíos o con escaso número de pasajeros, enloquecidos compitiendo entre sí la mayor parte del tiempo por los pocos usuarios que los demandan, atosigando las calles con su irresponsable, agresivo e imperito accionar, amenazando por doquier a otros vehículos y peatones. Así mismo, urge la ampliación y la apertura de nuevas de vías urbanas, con especificaciones apropiadas para el hipertrofiado tráfico, bien diversas de las construidas hasta hoy entre nosotros, harto mezquinas en su diseño y pobres en su visión de futuro, y el urgente levantamiento de las inútiles y desoladas ciclo-rutas recién hechas por la administración saliente, en su mediocre actuar.

Porque no debe olvidarse que desde la administración del desaparecido “Pacho” Peñaloza, salvo la inefable avenida que la picaresca local bautizó como “fantasma” y la variante entre Picaleña y el Salado que nos solventó la Nación, aquí no se han vuelto a construir nuevas amplias y rápidas vías, limitándose los varios burgomaestres que por el Palacio Municipal recién han pasado, a intervenir lo existente, con lo cual muy poco o casi nada se ha remediado y en muchos casos sí agravado la situación, como la peatonalización de la carrera Tercera para entregarla junto con sus calles adyacentes a las legiones de vendedores y mendigos que hoy la colman, o la “yugulación” de la carrera Primera con la autorización de un inefable edificio y el supuesto “embellecimiento” de la décima que frustraron definitivamente el anillo vial que bien podrían haberle facilitado el acceso y la rápida salida al corazón comercial, administrativo, bancario y judicial de la ciudad. 

Todo con una menguada mirada al porvenir de nuestra capital y sin ninguna perspectiva de crecimiento, desarrollo y funcionalidad, constituida en un primer reto para el nuevo burgomaestre, con grandes imbricaciones en el desenvolvimiento de nuestra decaída capital, de por sí endémicamente afectada por un desempleo y la pobreza.

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