Parar la guerra

César Picón

Esta semana se conoció por parte de la JEP que los falsos positivos producidos durante el Gobierno Uribe superaron las 6.400 víctimas, el triple de lo que contabilizaba la Fiscalía. Algunas organizaciones defensoras de derechos humanos aseguran que son más de 10 mil. Las fuentes oficiales, en contraste, siempre presentan cifras inferiores.
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De inmediato Uribe y su partido salieron a controvertir los números y a tratar de deslegitimar las investigaciones y conclusiones a las que ha llegado la Jurisdicción de Paz, es decir, les cayó completamente el guante y, sin vergüenza alguna, se lo chantaron.

Lo de los falsos positivos no es nuevo (aunque sí su dimensión) como tampoco los vejámenes y violaciones cometidos por grupos paramilitares, guerrilleros y todos los que de una u otra manera se han beneficiado del conflicto. Gracias al acuerdo de paz se están conociendo crímenes que en otras circunstancias habrían permanecido ocultos, esperamos que se siga conociendo la verdad, que esta produzca justicia y, sobre todo, garantías para que el pueblo colombiano por fin pueda vivir en paz.

Parar la guerra debe ser un propósito común, unir a la sociedad en torno a ello.  Los colombianos no podemos dejar que la nueva espiral de violencia se prolongue indefinidamente. El estilo de Gobierno que promueve el uribismo no colabora porque en lugar de querer pacificar alienta el odio, estigmatiza a todo aquel que no comulgue con sus políticas, ralentiza el cumplimiento de los acuerdos de paz y mantiene una dialéctica guerrerista que incita a la violencia.  Múltiples masacres, asesinatos de líderes sociales y firmantes de la paz, nuevas olas de desplazamientos, proliferación de disidencias, el narcotráfico disparado apoderándose de nuevos territorios e imponiendo la ley del más matón y la persistencia de los clanes políticos que se benefician electoralmente de las estructuras criminales son, desafortunadamente, muestras de que la esperanza de paz se nos puede estar esfumando de las manos.

Ante esa realidad es oportuno que los colombianos vayamos definiendo cuál es el futuro que queremos para el país, el cual estará influido, inexorablemente, por el carácter del Gobierno que elijamos el año entrante. Como pasó en el Plebiscito, en 2022 habremos de elegir entre quien haga la paz o persista en la guerra.

Un Gobierno que se comprometa con reformas sociales de fondo que disminuyan las desigualdades y saquen a millones de colombianos de la perversa exclusión, que en últimas fue lo que se contempló en los acuerdos de paz. Que sea capaz de enfrentar el narcotráfico (motor de la degradación de la violencia) cambiando radicalmente la estrategia de lucha contra las drogas: legalización para quitarle el monopolio a los violentos e impulsar una industria rentable que tribute, genere empleo y vincule a los pequeños productores. Que rompa el círculo mortal entre grupos armados y políticos que se benefician electoralmente de ellos. Que lleve el Estado a las zonas de conflicto para que con inversión social y autoridad se le cierre el paso a la criminalidad. 

En manos de los ciudadanos estará la responsabilidad de superar la política de la muerte y de la guerra. Si de algo hay que salvar a Colombia en el 2022, es de que los violentos y guerreristas se mantengan en el poder. Elegir la política de la vida y trabajar desde ya por ello.

CÉSAR PICÓN

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