Mi gratitud con Dios

César Picón

Sentir que está a punto de perderse lo que más se ama en la vida, es verle la cara de frente a esos miedos que se guardan muy al fondo de la consciencia. Es caer en un estado de impresión, negación, impotencia y miedo inefable, todo a la vez. Es rememorar por instantes las historias trágicas que alguna vez nos sorprendieron por su surrealismo, pero que al final pensamos que nunca podrían sucedernos.
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Es sentir en vivo la impotencia del ser humano, lo ineficaces que podemos ser para salvar y proteger a aquellos por los que estamos seguros daríamos nuestra propia vida. Nos damos cuenta que nuestras fuerzas y virtudes nada pueden hacer en aquellos momentos aciagos, que somos tan vulnerables como ignorantes para responder a lo que desconocemos y a lo que tanto tememos, y que estamos desprovistos de los dones que pudieran rescatarnos de ese momento horrendo que amenaza con quitarnos la luz de nuestra existencia.

Sentir que la estrella de la vida se puede marchar de repente, o que se pierde en un espacio infinito, hace retorcer sin piedad el corazón, doblega la mente y el espíritu, revela la insignificancia de lo que somos y de todo lo que nos ufanamos poseer. Ya nada importa. Todo lo que se creía valioso se vuelve oropel. Solo queremos que pase ese momento, que termine la pesadilla, que Dios por misericordia nos libre de un trago más amargo y haga que la vida vuelva a resplandecer.

Y si el momento pasa sin consecuencias trágicas y la divinidad nos favoreció trayendo de vuelta lo que más amamos, entonces todo vuelve a brillar, el paisaje recupera sus colores y en el corazón no puede caber más gozo y gratitud: ¡cómo no! después de haber sentido perderlo todo, ese todo ha vuelto con su sonrisa de ángel, sus ojos como estrellas fulgurantes, su aliento cálido que mana pureza, dulzura y amor. Aquí siguen, presentes, vivas, divinas.

Con frecuencia agradecemos por haber alcanzado algo que no estaba en nuestros haberes, pero la cotidianidad ciertamente nos hace olvidar vivir agradecidos y valorar profundamente lo que ya tenemos, lo que está aquí y ahora, a veces incluso hasta a los que han acompañado nuestra existencia. 

Dedicamos la mayor parte de nuestro tiempo y energía a perseguir el éxito material, dinero, reconocimiento y status, restando oportunidad a disfrutar las cosas simples pero maravillosas de la vida. 

Nos preocupamos más de la cuenta pensando en el porvenir, sabiendo que la mayor parte de lo que pueda suceder en el futuro no está bajo nuestro control. Por tratar que a nuestros hijos nunca les falte nada, a veces terminamos faltándole nosotros mismos. Al final, todo lo que se puede transar con dinero resulta no ser tan importante, lo verdaderamente valioso no tiene precio.

La vida sola es un milagro. Los verdaderos privilegios son la buena salud, una familia para amar y amigos con quienes compartir. Gracias a mi Dios por toda su bondad.

CESAR PICÓN

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