No hay con quién

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Las encuestas presidenciales son como los simulacros de emergencia, nadie responde totalmente como en verdad lo hará en el evento real, pero sí nos dan una idea algo tenue de lo que puede llegar a ocurrir. Allí surge su importancia, pues si bien no son el oráculo de una pitonisa donde vaticinar el conteo de las urnas en nuestro reflejo, sí son las mensajeras de tendencias que se abren campo entre el electorado. El candidato que diga que no les teme miente con todos sus dientes, pues siempre será mejor ir punteando que estar en el sótano de los rezagados, así sea en los amagos de votación. Y por lo que respecta a las dos últimas reveladas esta semana, todos los aspirantes tienen motivos para estar muertos del susto.

Los sondeos de Semana y El Tiempo arrojan cifras desconcertantes a solo cuatro meses de que la parafernalia de los tarjetones se desate en toda Colombia y tal parece que hemos despertado de nuestro largo letargo democrático. El voto el blanco se erige en estos instantes históricos como el ganador inminente y junto con los indecisos representan casi que el 50 por ciento de la muestra en todas las encuestas. No hay quién lo pueda detener, ni el presidente con todo el poder adherente de su viscosa mermelada, ni Óscar Iván Zuluaga apareciendo en todas las fotografías como el guardaespaldas de Uribe.

El país ha descubierto que actualmente no existe nadie que tenga la entereza suficiente para conducir la nación en el momento determinante por el que estamos atravesando. No solo estamos atrapados en el punto de inflexión al que ha llegado el incierto proceso de paz en La Habana, donde se ha avanzado lo suficiente para no acabarlo pero tampoco tanto como para esperarlo hasta siempre, sino que también las deudas sociales, educativas e industriales que está dejando Santos en el ocaso de su mandato serán huesos duros de roer para su sucesor. Por desgracia no aparece un nombre que genere el atractivo suficiente para decantarse por él y entregarle las riendas de este caballo que se desboca con monstruosa facilidad.

Santos ha desencantado a los votantes porque no se le ven los pantalones que un mandatario debe tener: su exceso de farándula le pasará factura. Óscar Iván no inspira el menor bajo pensamiento electoral y cuanto más trata de parecerse a Uribe, más deja en claro que nunca llegará a ser como él. Clara López, con todo y su aire a Michelle Bachelet, carga con el yugo del Polo y el chiste se cuenta solo. Peñalosa es un hombre de ciudad y en un país principalmente rural eso no sirve. Marta Lucía está demasiado cruda, ya que sólo colecciona en su palmarés un fugaz Ministerio de Defensa y un paso sin pena ni gloria por el Senado. Y Aida Abella es más un símbolo necesario y valiente de la resurrección de la Unión Patriótica que una alternativa con opciones viables.

Mejor barajemos de nuevo, porque aquí no hay con quién.

Credito
FUAD GONZALO CHACÓN

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