La importancia de los acuerdos

Rodrigo López Oviedo

Las decisiones adoptadas por separado por las Farc y el Gobierno nacional, pero refrendadas después mediante la Declaración Conjunta “Agilizar en La Habana y desescalar en Colombia”, originaron en Ibagué, el pasado 30 de julio, la constitución de una mesa departamental de verificación de tales decisiones y, al día siguiente, un plantón frente a la Gobernación con el fin de respaldar el proceso y plantear otras inquietudes.

Por la esencia de lo dicho en estos dos eventos, concluimos que hay plena coincidencia entre los actores en la necesidad de que el proceso llegue a buen puerto, sobre todo por los efectos que ello podría generar sobre sus organizaciones, a cuyos líderes no deja de vérseles más que como terroristas por simplemente ejercer el derecho a la protesta social, como ocurre con los activistas de Marcha Patriótica y Congreso de los Pueblos que hoy están privados de la libertad bajo tal sindicación.

En lo que la coincidencia no es tanta es en la forma como se la presenta. Hay en esa forma una suerte de embrujo que hace que la coincidencia más parezca una contradicción. Algunos, con una buena dosis de acierto, pero también de pesimismo, dicen, por ejemplo, que la paz no puede depender de la firma de un papel, pues el Gobierno ha firmado tantos, sin que su contenido se haya cumplido, que no resultaría sensato creer que los de La Habana si se cumplirán.

Otros dicen que no puede haber paz sin educación, salud, trabajo digno e, incluso, sin un nuevo modelo económico. En esta apreciación hay también una buena dosis de acierto, sobre todo al considerar que si bien este conflicto armado surgió de la expulsión de los campesinos de sus tierras, su alimento han sido todos los anteriores problemas sociales, cada uno de ellos cada vez más grave.

Siendo lo anterior muy valedero, tiene también un alto grado de pesimismo. Consideremos que de llegarse a acuerdos, estos será firmados ante garantes internacionales que pueden sancionar cualquier burla con medidas que el propio Gobierno podría lamentar. Además, la firma no será solo un acuerdo de desarme. Ella entraña compromisos que revolucionarán el agro y democratizarán el accionar político, con lo cual podrán abrirse las compuertas a otras transformaciones que hagan factible la prevalencia de la paz sobre las contingencias de la guerra.

No obstante, y volviendo al pesimismo, nada de lo anterior es fácil. Los señores de la guerra no están cruzados de brazos. Esto nos obliga a los amigos de la paz a ser más empeñosos en este propósito, como lo son quienes abanderaron la constitución de la Mesa de Verificación.

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