Lenguajes ante la paz

Rodrigo López Oviedo

Ahora que el pueblo está forjándose tantas ilusiones en torno a la paz, la gran prensa ha “caído en la cuenta” de su equivocación al plegarse inmoralmente a las autoevaluaciones del Gobierno, pese los muchos pecados cometidos por este a través, entre otras cosas, de deudas sociales sin saldar y de abusos con las finanzas públicas al punto de no dejar lo suficiente para construir la paz.

No es que haya evaluado la situación a partir de datos y conceptos nuevos. No, al contrario: siempre ha conocido plenamente lo que el Gobierno hace y sus consecuencias, y, pese a su deber periodístico, ha evitado que ello se conozca, todo en beneficio propio, del propio Gobierno y del gran capital, que en últimas todo es lo mismo. Entonces, ¿por qué ese cambio de actitud?

La respuesta está en la necesidad de defender la prevalencia de los intereses que todos ellos comparten, solo que a través de un lenguaje menos maquillado, hasta donde les es posible, e incluso más cercano a lo que la gente vive. Pero detrás de ese lenguaje, ¡ay, detrás de ese lenguaje…!

Detrás de ese lenguaje solo hay un propósito justificador: Si los acuerdos de paz no se materializan, no es por voluntad del Gobierno; es por falta de condiciones económicas que le permitan encarar sus altos costos. Por eso deben enfrentarse esas condiciones reduciendo costos sociales, acabando con toda expectativa que implique, por ejemplo, alzas de salarios que vayan más allá de un poco más arriba de la inflación; o desestimulando reformas tributarias distintas a las que eleven los impuestos indirectos, pues las que afectan el patrimonio empresarial son generadoras de desempleo; incluso, descartando toda medida que de alguna manera descargue sobre el gran capital el costo de las reformas derivadas de los acuerdos de La Habana y que son indispensables para que haya paz.

El Gobierno, por su parte, podrá seguir con sus políticas de tercera vía, en nada diferentes a las neoliberales; es decir, podrá continuar feriando el patrimonio público, reduciendo el Estado, comprimiendo el gasto social, mientras mantiene intactos los presupuestos de guerra, incrementa los del servicio de la deuda e intensifica la construcción de vías para que los exportadores e importadores puedan enfrentar en mejores la competencia agravada por los TLC.

Lo que se nos anuncia, pues, es una época de cinturón apretado, pero casi que exclusivamente en los pantalones del ciudadano del común, al que le quedará para su defensa tan solo el mecanismo de la disuasión a través de la movilización unitaria y organizada, si es que de verdad quiere conquistar la anhelada paz estable y duradera.

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