Después de los acuerdos

Rodrigo López Oviedo

Los grandes medios están haciendo frecuentes cábalas acerca del panorama que puede presentarse cuando las Farc estén en disposición de volcarse a la conquista de curules y dignidades a través del movimiento o partido que para el caso conformen.

Acostumbrados a mostrar la actividad política como un mero ejercicio electoral, estos medios le asignan al movimiento guerrillero ese propósito, y deducen que al arribar a la disputa por el favor de los electores, se va a producir en los partidos un realinderamiento que les permita aprovechar, en la izquierda, el fervor que suele despertarse con la aparición de nuevos liderazgos, y, en la derecha, el rechazo a las excesivas concesiones del Gobierno a las Farc.

Con esa interpretación, premeditadamente electorera, lo que se busca es refundir toda la significación histórica que tiene lo ocurrido en La Habana y llevarnos a concluir que allí solo se formularon algunos cambios para que aquí todo siga igual.

Pero no hay nada más equivocado, al menos en lo que atañe a la izquierda. La proporción en que esta ha sido electorera es muy baja, lo cual le permite cambiar, sin ningún problema, la prioridad de las próximas elecciones por dos tareas en nada electorales.

La primera, relacionada con la difusión de los acuerdos para que las gentes se enamoren de ellos y se organicen para exigir su implementación. La segunda, orientada a buscar adeptos para que el mecanismo de refrendación que se acuerde ofrezca resultados positivos. Para sacar avante esta segunda tarea se requerirán muchos votos, sí, pero en ello no hay nada electorero, pues los beneficios resultantes no podrán ser capitalizados por nadie en particular.

Claro que del compromiso demostrado en el cumplimiento de las anteriores tareas tienen que derivarse algunos réditos electorales, pero eso no será lo que se busque, ni lo más importante. Lo que sí tendrá importancia es abrir la conciencia de la nación a la idea de una asamblea nacional constituyente, pero accesible a todas las manifestaciones de la nacionalidad, tanto en lo político como en lo organizacional, lo étnico y popular.

Es decir, una constituyente que aborde los problemas del país con criterios incluyentes; con soluciones efectivas a los problema de la soberanía perdida y del modelo económico que nos agobia; con normas claras que prioricen en la solución de las necesidades de la población, y con restricciones que impidan administrar como si fuera personal lo que nos pertenece a todos; en fin, una constituyente que nos dé una nueva Carta capaz de hacer del país el mejor vividero del mundo y de sus habitantes los realmente más felices que haya sobre la tierra.

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