Metamorfosis

Antes, cuando fungía como Presidente de la República, el hoy senador Álvaro Uribe Vélez se me parecía al doctor Chapatín. No sé qué era: tal vez su cara de arzobispo en tránsito al papado, o tal vez su sentado, con las rodillas juntas y sobre ellas sus manos en actitud de yo no fui el que mató a la mosca.

Transcurridos algunos años, no he vuelto a encontrar las mismas semejanzas, pero, en cambio, sí le he notado esa actitud tan propia de la Chilindrina que “así como digo una cosa, digo otra”.

Por su puesto, que no es cosa solo de él. La hemos visto en casi todos los animales políticos que le dan vida a nuestros establos parlamentarios. Así como dicen una cosa en sus campañas electorales, hacen otra en los cargos en que hayan resultado elegidos.

Pero el caso del hoy senador Álvaro Uribe, pese a ser igual, tiene sus particularidades. Particularidades que resultan de especial cuidado por estar relacionadas con la vida y la muerte de los colombianos; o para decirlo en términos menos dramáticos, con la paz y la guerra dentro del solar patrio.

Álvaro Uribe, apenas supo que su estrategia de muerte para combatir a la guerrilla iba a ser acompañada de diálogos con la insurgencia -buscando abrir con ellos nuevos caminos para ponerle fin a una guerra que ya se acercaba al medio siglo-, montó en santa cólera (lo de santa para no afectar su rostro episcopal), y la emprendió contra los diálogos, señalando que con ellos se le pondría fin a la estrategia de las bombas, que tan buenos resultados había producido en su intención de desplazar campesinos y limpiar territorios en provecho de su clase y de las transnacionales productoras de biocombustibles, explotadoras de minas y aprovechadoras de nuestras riquezas hídricas para producir energía barata para la exportación.

Al hoy senador le funcionaron muy bien sus argumentos cuando recién los lanzó. Su índice de popularidad se mantuvo en los mismos niveles de aceptación de los que gozó cuando era figura de primer orden en todos los medios de comunicación. Sin embargo, los diálogos avanzaban y con ellos la aceptación de este proceso.

Y ello iba aparejado con una disminución lenta pero constante de la otra aceptación, la del transeúnte hacia el papado, quien se vio obligado a ir introduciéndole modificaciones a su discurso, hasta llegar a su posición de hoy: aceptar, Sí, los diálogos de La Habana, pero No lo que se haya acordado en ellos.

Es su forma de decir una cosa así como dice otra, pero sin que sus intenciones se alteren. Bonito Chilindrín es el señor Uribe. 

Credito
RODRIGO LÓPEZ OVIEDO

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