La esencia de los acuerdos

Rodrigo López Oviedo

Ya son bastantes los años en que un importante sector oligárquico empezó a reconocer que no eran los bombazos los que permitirían ponerle fin a una guerra que ya empezaba a ponerse vieja. Fue a Belisario Betancur al que le correspondió inaugurar esos nuevos caminos, pero para ellos no estaba preparado el otro sector, como tampoco lo está hoy, y eso explica que de aquella primera experiencia solo nos quedara una Unión Patriótica diezmada tras el asesinato de más de cinco mil de sus líderes.

Después de Betancur, cada nuevo mandatario llegaba con sus propias estrategias de negociación, aunque unos con más compromiso y sinceridad que otros. A través de estas nuevas estrategias, lograron desmovilizar, casi que gratuitamente, a organizaciones y facciones de organizaciones guerrilleras que, o no tenían claro para dónde iban, o sentían estar ante una inminente derrota. En esta historia encajan el M-19, el Quintín Lame y parte del ELN y del EPL, entre otras, más no así la de las Farc, guerrilla que siempre estuvo atenta a dar pasos hacia la paz, pero no a cambio de ofertas mezquinas, con cuya aceptación habrían dejado huérfano de dirección al movimiento social en el que influían y expósitas las reivindicaciones que justificaban su existencia.

Entender esto llevó al presidente Santos a firmar unos acuerdos de cuya profundidad solo saben quienes los han leído, pero de los cuales la extrema derecha ha hecho la más escabrosa tergiversación, llegando incluso a reducir sus 297 páginas a dos o tres consignas sacadas de contexto, con las cuales desnaturalizan el contenido total del documento, y llevan a que parte de la ciudadanía lo piense dos veces cuando se le pregunta por su participación en el plebiscito.

De esas 297 páginas lo importante no es la cárcel que deban purgar los guerrilleros, ni el 90 por ciento del salario mínimo legal que habrá de pagárseles para que sobrevivan durante su proceso de reincorporación a la sociedad. Tampoco lo son las curules de que gozarán para que puedan vigilar el cumplimiento de lo acordado. No, lo más importante de su contenido, que es lo que refrendaremos el 2 de octubre, representa la esencia, aunque no el todo, de lo que ha movilizado a las masas durante el último medio siglo de luchas sociales. Olvidar esto nos pone del mismo lado de quienes prefieren la guerra para continuar en el manejo de sus multimillonarios presupuestos y contratos y en sus políticas de despojo a los campesinos.

El No significa más de lo mismo que siempre hemos recibido en toda nuestra historia. El Sí representa la nueva Colombia que todos necesitamos.

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