El nuevo acuerdo definitivo

Rodrigo López Oviedo

Con el nuevo acuerdo de paz, rubricado para superar las críticas formuladas por la extrema derecha al suscrito en Cartagena, el Gobierno y las Farc dieron respuesta a 56 de las 57 objeciones provenientes mayoritariamente de tal sector, enemigo de la paz, ya que, supuestamente, destruían la familia, abolían la propiedad privada, condenaban la libertad de cultos, imponían el homosexualismo, desbordaban el Estado de Derecho, entregaban el país al “castrochavismo” y muchas otras cosas por el estilo.

Quien hoy se dé a la tarea de revisar lo que se conoce de esas 56 respuestas, y lo compare con los textos originales, encontrará cambios más que todo de estilo, pues ninguno de los “peligros” anunciados por los opositores existía en realidad, y los que pueden ser vistos como esenciales no representan riesgo para el propósito de conseguir la paz.

Quedó demostrado, entonces, que las tales objeciones no fueron más que aborrecibles engaños de quienes sacan dividendos de la guerra, comenzando por un maquiavélico expresidente, bien conocido de autos, quien hoy demanda que el nuevo acuerdo “no tenga alcance definitivo”, que sería tanto como mantener vivas las condiciones para seguir haciéndole oposición al proceso, hasta cuando le venga en gana.

El país conoce la catadura moral de este personaje, y no le hará caso. Ni siquiera muchos de sus partidarios, que cambiaron de parecer al conocer lo acordado y las mañas fraudulentas con que fueron llevados a decir No en el plebiscito. Estos partidarios, comprendiendo que en el acuerdo no hay nada que le haga daño al país, y menos a los sectores populares, se mostrarán más cercanos al clamor nacional por la paz, y más dispuestos a participar en la implementación de los acuerdos definitivos.

Algo característico de este nuevo acuerdo es haber llegado a él mediante un estudio sosegado de los reclamos formulados, contrario al estilo contestatario que muchos esperaban como respuesta. Hasta dónde este acuerdo sea mejor que el original, a algunos puede causarles dudas. Entre otras cosas, porque lo que se cambia de un pacto puede ser bueno para una de las partes pero no para la otra, sobre todo entre quienes suele primar, no el ‘gana gana’, sino el ‘tumbis tumbis’. De todas formas, no dejará de ser bueno si sigue sirviendo al propósito de construir la paz, lo cual hace indispensable levantar una barrera capaz de contener los embates de sus enemigos.

Construir esa barrera es tarea de todas las organizaciones, a cada una de las cuales le corresponde aportar la cuota inicial de tan significativa tarea: La unidad, que como decía Dimitrov, “es la táctica y la estrategia de la victoria”.

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