No estuvieron todos los que debían estar

Rodrigo López Oviedo

Al entregar el Premio Nobel de Paz al presidente Juan Manuel Santos, la escritora Berit Reiss-Andersen, vicepresidenta del Comité Noruego del Nobel, señaló en su discurso que el premio estaba destinado al presidente Santos “únicamente”, pero que también debía verse “como un tributo al pueblo colombiano”. No podía ser de otra manera. Tantas angustias repetidas en noches de infierno daban para al menos una mención de honor al pueblo que las sufrió.

Para el logro de los acuerdos alcanzados resultó determinante e indispensable la voluntad indeclinable de Santos, sin la cual no hubiera sido posible alcanzarlos. Pero así como fue de indispensable la voluntad presidencial, también lo fue la que tuvieron las Farc y no poco también la de Cuba y Noruega, como países facilitadores, y Chile y Venezuela como acompañantes. Esto es bueno señalarlo para que se comprenda que faltó generosidad al no invitar a la ceremonia a nadie que representara a estos protagonistas.

Y de las víctimas, ni se diga. Todo parece indicar que en el corazón de Santos solo hay espacio para las víctimas de las Farc, que, según parece, no son las más numerosas ni las más victimizadas. Por fuera de la invitación quedaron las víctimas de crímenes de Estado y, entre estas, las madres de Soacha y de tantos otros ‘falsos positivos’, así como los sobrevivientes y familiares del genocidio de la Unión Patriótica. Santos no tuvo siquiera una mención para ellos, lo cual hace suponer que, continuando por el camino de la exclusión, que de tantos males ha sido causa, a ellos no se les reconocerá la amarga verdad de que sus verdugos están en las filas de quienes debían protegerlos.

Pero bueno, de todas formas estamos mejor que antes, y eso se reconoció en Oslo. Lo que debemos esperar es que, como también lo dijo la Vicepresidenta del Comité Noruego del Nobel, sigamos por el camino de la reconciliación, lo cual no supone olvidar que entre Gobierno y guerrilla existen intereses contrapuestos, sino poder dirimirlos mediante procedimientos distintos al de las armas.

Desaparecido el conflicto armado, lo que sigue es ajustar los presupuestos de defensa, ponerle coto a la corrupción y echar mano de cuantos recursos más puedan servir para atender las deficiencias en educación, salud, infraestructura rural y demás aspectos acordados en La Habana y ratificados en Bogotá. Ello requiere de un Estado efectivamente comprometido con la paz o, a falta de él, de una ciudadanía dispuesta a jugársela para que no haya reversas en el proceso y en cambio sí, parodiando a Santos, un sol de resplandeciente paz surcando los cielos de Colombia.

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