Los diálogos con el ELN

Rodrigo López Oviedo

Los diálogos entre el Gobierno nacional y el ELN están en las primeras de cambio. Ya son varias las ocasiones en que este grupo insurgente ha mostrado su disposición a ponerle fin a su cruento alzamiento en armas, que también tiene 52 años, y del cual los colombianos esperamos su pronto fin.

Ya se ha fijado la correspondiente agenda, y lo que queda es contribuir a que se convierta en acuerdos finales y en movilizaciones populares para que el resultado final no se nos convierta en un simple apaciguamiento temporal de las hostilidades, del cual se derive un reavivamiento más intenso.

A partir de los resultados alcanzados con las Farc, los colombianos nos hemos venido acostumbrando a la idea de que la paz sí es posible. Y lo será si no olvidamos ni repetimos los factores que hicieron pelechar la violencia, entre los cuales ocupa primerísimo lugar el profundo egoísmo de quienes todo lo han tenido, y que los llevó a expulsar de sus parcelas a miles de campesinos y a acerrojar el poder político para impedir que otros llegaran a él a reversar las mieles del despojo.

Ese egoísmo es el mismo que hoy los lleva a utilizar el poder estatal para expropiar cada vez un algo más de lo poco que han tenido quienes prácticamente carecen de todo, como lo evidencian la pasada reforma tributaria y el mezquino incremento del salario mínimo, ambos inscritos dentro del llamado “modelo neoliberal”.

Nos gustaría que, como fruto de las discusiones con el ELN, ese modelo fuera reemplazado por otro más pensado en los seres humanos que en el mayor enriquecimiento de las oligarquías y sus socios extranjeros. Pero bien sabemos que los negociadores del Gobierno pondrán este aspecto entre líneas rojas, y ningún derecho tenemos quienes estamos disfrutando las comodidades de la vida urbana a imponerles a estos alzados en armas que sigan sacrificando sus vidas hasta lograr tan deseado cambio.

Muy por el contrario, lo que debemos comprender y aceptar es que 52 años de vida en el monte es tiempo más que demostrativo de una voluntad de cambio radical como el que ellos quieren y quizás también muchos de nosotros, aunque sin la osadía de levantarnos en armas. Ahora la tarea es nuestra y ella nos coloca ante el deber de compensarlos asumiendo con responsabilidad nuestro deber político: construir un gran frente unitario capaz de garantizar que los acuerdos suscritos con unos y con otros se conviertan en realidades, al igual que también deben convertirse en realidades muchas otras aspiraciones que complementarían las condiciones creadas para que la paz obtenida sea estable y duradera.

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