La década del terror

El tiempo vuela. Hoy se cumplen diez años de los atentados terroristas en Nueva York y Washington. Buen momento para mirar en retrospectiva lo que es la estupidez humana.

Cuánta sangre ha corrido desde aquella mañana en que las Torres Gemelas y el Pentágono sufrieran esos brutales ataques. Imposible saberlo, lo que sí sabemos es que esa violencia fue inútil, tanto como la desatada por EE UU en respuesta, porque el mundo no es más seguro ni más pacífico.

La violencia sólo engendra violencia. ¿Qué nos dejaron los atentados de septiembre de 2011? Además de muertos, huérfanos, viudas y lisiados, una paranoia casi global y la apelación a la violencia como instrumento de resolución de conflictos; también la justificación de dos guerras, Afganistán e Irak (en donde sólo había terrorismo de Estado), y una potencia con problemas económicos y con un record en derechos humanos bastante cuestionable, en Guantánamo aún hay 171 personas retenidas al margen de toda legalidad. Privados de su libertad y sin ninguna garantía procesal, varias de ellas secuestradas en sus países, incluso europeos, acciones de facto que afectaron las tradicionalmente buenas relaciones trasatlánticas.  

Los atentados de septiembre de 2001 inauguraron una época en la cual las guerras ya no libran entre estados. Un hombre le declaró la guerra a la primera potencia económica, científica y militar, y demostró que podía golpearlo en su propia casa, algo que nadie había logrado jamás. Estos atentados también inauguraron globalmente las guerras asimétricas, aquellas en las cuales los bandos combaten con armas, valores y raciocinios diferentes. Barbarie en estado puro. Bin Laden golpeó a EEUU en el corazón, a partir de esa fecha el imperio ya no pudo volver a dormir tranquilo, ha gastado tantos miles de millones de dólares que por momentos da la impresión de estar casi al borde de la quiebra. Y, lo que es peor, Bin Laden hizo que EE UU se traicionara a sí mismo renunciando a sus valores fundacionales. Su reacción fue brutal y desproporcionada. Bush y Ransfeld pasarán a la historia como responsables de la muerte de varios miles de inocentes. Fueron igual de fundamentalistas a su oponente.

Otro aspecto novedoso de esta guerra asimétrica, o de cuarta generación, es el de la desterritorialización. La guerra ubicua. El planeta como teatro de operaciones. Cualquier país y lugar es válido para una batalla. Bin Laden consiguió que se militarizaran todos los aeropuertos del mundo occidental y que se impusieran tortuosas y a veces ridículas medidas de seguridad. Es inevitable no pensar en este hombre cada vez que se va abordar un avión en cualquier aeropuerto. Ver cómo en Londres, Madrid o Nueva York, todas las personas, inclusive niños y ancianos, deben descalzarse antes de atravesar los controles, ver cómo se les violenta su intimidad y se les desnuda con sofisticadas máquinas de rayos X, cómo se les quita una botella de agua, un perfume, un cortaúñas. Ahora, todos somos potencialmente terroristas. Paranoia generalizada.

Osama Bin Laden está muerto, sí. Pero las heridas antes que cerrarse se han abierto más. El terrorismo se ha extendido por casi todo el planeta como una especie de plaga bíblica. A Nueva York y Washington los siguieron Madrid, Londres, Casablanca, Kabul, Mali, Karachi, Bagdad, la lista es larga, y en cada atentado decenas de víctimas, la propagación del odio y de la ira, y la satanización de millones de creyentes de una religión respetable, a quienes se les equipara a terroristas.

Bin Laden y Bush cambiaron el mundo. Para peor, claro. Y no se ve quién pueda sacarnos de este foso de odio, miedo y violencia. El siglo XXI ha iniciado con una década de terror.

Credito
GUILLERMO PÉREZ FLÓREZ

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