Indignación global

Hace apenas un año largo, Stéphane Hessel, un ciudadano germano-francés nacido en 1917, escribió un breve manifiesto que tituló ¡Indignaos!; en el invitaba a todos los jóvenes europeos a rebelarse contra lo que denomina la dictadura de los mercados financieros, que amenazan la paz y la democracia.

Este manifiesto sirvió de insumo al movimiento de protesta que floreció en la emblemática Puerta de Sol en Madrid, que rápidamente se ha extendido a las principales ciudades españolas y que hoy muestra su rostro en casi un millar de ciudades en el mundo.

La proclama de Hessel ha encontrado eco en varios países, lo cual confirma que en el planeta hay un terreno abonado para expresar la inconformidad que anida en millones de personas. En mi opinión el punto de partida de esta ola de indignación podría ser no Madrid sino Túnez, en donde inició la llamada primavera árabe, ese arrebato de ira popular contra dictaduras de casi medio siglo en varios estados. Hace dos semanas el movimiento de indignados llegó a Nueva York, a las puertas de Wall Street, y, aunque tiene motivaciones diferentes a los movimientos árabes, en el fondo el sustento es el mismo, una indignación que impulsa a rebelarse.

Con las marchas los indignados pretenden que los banqueros y los políticos sientan el aliento de millones de inconformes desde diversos de rincones del planeta. Al momento de escribir esta nota España, Francia, Italia, Reino Unido, Holanda, Alemania y Suiza tienen a miles de ciudadanos en la calle protestando contra un sistema que, dicen, no los representa. La convocatoria en Berlín ha sido asombrosa, miles de miles se echaron a la calle para mostrar su indignación. “Paren el capitalismo de casino”, se lee en una de las pancartas  de Ámsterdam. “Vengo aquí por mis hijos. Soy obrero y ellos necesitan un futuro”, asegura uno de los concurrentes a la movilización. “Que paguen impuestos los ricos”, exigía otra de las pancartas holandesas. En 951 ciudades de 82 países miles de ciudadanos están en la calle protestando contra los bancos, a los que consideran un cáncer. Crece la audiencia, como en los versos de Zalamea.  Es lo que algunos denominan “global revolution”, el hastío contra la corrupción, las guerras y las mentiras.

Sin duda alguna se está dando una revuelta mundial que viene gestándose desde hace más de una década. En noviembre de 1999 durante una reunión de la Organización Mundial del Comercio, OMC, en Seattle (EEUU), cientos de miles de personas se movilizaron para hacer fracasar la llamada ronda del Milenio. Desde ese momento ya se hablaba de que la globalización económica estaba fuera de control y que tenía un poder destructivo letal. Casi una década después estalló la crisis financiera en EE UU, que rápidamente se extendió por toda Europa, con efectos devastadores. Miles de personas perdieron sus ahorros; en Grecia se rebajaron las pensiones de jubilación y licenciaron a 30 mil empleados públicos, como fórmula para tratar de pagarle la deuda a los bancos franceses y alemanes. En España hay casi cinco millones de desempleados; en EE UU otros miles perdieron sus viviendas y empleos, una de las mayores crisis que se conozca.  

La desigualdad económica crece a pasos agigantados. Cada vez una pequeña minoría se hace más y más rica, mientras una inmensa mayoría se hace más y más pobre. Pero la gente ya sebe leer y a escribir, y ahora hay medios de comunicación masivos que permiten la interactividad. Hay indignación global y eso significa que hay valores que se están universalizando. El derecho al trabajo, a la salud y a una vivienda digna, por ejemplo. Pero además, a la libertad y a la democracia. Hessel acaba de demostrar que se puede ser “subversivo” aún próximo a cumplir 100 años. 

Credito
GUILLERMO PÉREZ FLÓREZ

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