Las Fuerzas Armadas ya cumplieron

Ellas ya hicieron su parte: ya ganaron la guerra. Pedirles más es pretender que se conviertan en una fuerza de exterminio y que resuelvan por la vía militar un problema social.

La vuelta a la libertad de los 10 miembros de las fuerzas armadas que estaban en poder de las FARC abre una luz de esperanza a la paz. Posiblemente sea un paso insuficiente; sin embargo, para mí es un paso de gigante, pues hay que tener en cuenta que procede de una organización rígida y paquidérmica, que riñe con los tiempos urbanos. Además, porque significa la aceptación tácita de una derrota, perdieron el pulso que hicieron al Estado. Jamás hubo canje. 

Hace 10 años, Manuel Marulanda se obsesionó con una “ley de canje”, para que cada vez que un soldado o policía cayera en sus manos fuera devuelto al Estado a cambio de que también los guerrilleros apresados fueran entregados. Era un argumento estructurado dentro de la lógica de que Estado y FARC eran dos estados. Marulanda tenía una visión militar del conflicto, la revolución pasaba por la construcción de un ejército popular para enfrentarlo al ejército de la “oligarquía”. Un planteamiento simplista que despreciaba la política y reducía todo a lo militar. Una equivocación. Es evidente que en todo conflicto armado lo marcial es preponderante, pero no lo único. Existen otros factores tanto o más importantes, como lo político y lo social. Lo político entendido como la batalla por la opinión pública; lo social expresado en que no haya población dispuesta a empuñar las armas, dispuesta inclusive a hacerse matar.

En la década que va de 2002 a 2011 las FARC han sufrido los peores reveses militares y políticos de su historia. Desde un punto de vista militar la guerra la tienen perdida, carecen de toda posibilidad. Esa es una realidad pura y dura. Persistir en ella es un despropósito, un disparate sangriento. Las asimetrías militares entre el Estado y las guerrillas son de un tamaño tal que no permiten el enfrentamiento cuerpo a cuerpo. De allí que la estrategia guerrillera sea la de golpear y correr. Si dan la cara, pierden. ¿Por qué persisten entonces? Porque el Estado no ha ganado en el campo social. Aún hay campesinos y estudiantes dispuestos a engrosar las filas guerrilleras, y sus jefes piensan que el asunto es cuestión de tiempo, que a medida en que las condiciones se hagan más críticas la cosa cambiará. Se trata de resistir. ¿Cuántos años más? Los que sean, 10 u otros 50, no importa. Vendrán tiempos mejores, creen tener la razón histórica.


Aquí lo que está fallando no son las Fuerzas Armadas, no. Ellas ya hicieron su parte: ya ganaron la guerra. Pedirles más es pretender que se conviertan en una fuerza de exterminio y que resuelvan por la vía militar un problema social. A nuestras Fuerzas Armadas las estamos poniendo en un papel dramáticamente triste. Es absurdo. Personalmente me gustaría que la comandancia guerrillera, en un acto de lucidez, apostara por la política y decretara un cese al fuego unilateral, no sólo para salvar vidas, sino también para que no existieran pretextos para dialogar. Pero como es posible que ello no suceda se requiere de que el Estado ponga en marcha un ambicioso plan de ocupación del territorio, de inclusión social y de reformas estructurales que aleje a la gente de la tentación de las armas. Es lo que puede ponerle fin a la guerra. Lo otro es esperar al exterminio total. La Iglesia lo tiene claro cuando dice que “no se puede querer una victoria cuantitativa sobre la guerrilla cuando hay una realidad social que exige un cambio de estructuras”. (Monseñor Darío Monsalve, obispo de Cali). Las Fuerzas Armadas ya cumplieron. Los que aún no han cumplido son los políticos. Es lo que falta para ganar definitivamente la guerra, a no ser que se quiera imitar a Marulanda y se piense que la guerra es sólo un problema militar.


Credito
GUILLERMO PÉREZ FLÓREZ

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