Tiempo de definiciones

Si el país y el Gobierno quieren superar definitivamente el conflicto y comenzar a construir una era de paz lo primero que deberían hacer es privilegiar las dinámicas políticas sobre las militares, de lo contrario no va a romperse el círculo vicioso de la guerra.

Esa es una lección aprendida desde los días de Belisario Betancur, pero curiosamente no aplicada. Ahí subyace la tragedia colombiana, en las limitaciones mentales que tienen las elites (incluidas las guerrilleras) para renunciar a la guerra y abrazar la política, es decir, para buscar y construir acuerdos.

Santos decidió (igual que la administración Pastrana) negociar en medio de las balas. Lo hizo por temor a que las FARC utilizaran una tregua bilateral para fortalecerse y continuar con la guerra. Al menos ese fue el argumento. Una verdad apenas parcial. La verdad completa es que Uribe había llevado el país a una situación de histeria bélica y el Gobierno temía que hablar de paz supusiera un desgaste político. De allí que el discurso oficial se haya centrado en que el dialogo no significa parar la guerra. Que esta sigue, e incluso, que se redoblaría la ofensiva militar. De allí que el ministro de Defensa, Juan Carlos Pinzón, cada día lance no sólo una ofensiva militar sino una arremetida verbal de descalificación, acoso y derribo político de las FARC.


Mirado el asunto desde la perspectiva FARC cualquiera podría pensar que el Gobierno no está buscando la negociación sino la rendición. Pero ellas no tienen mucha opción, de manera que incluso soportaron la muerte de su líder, ‘Alfonso Cano’. Así que aunque la ventana de la paz que abrió Santos fuese pequeña había que meterse por allí. Por ello el discurso de ‘Iván Márquez’ en Oslo fue agresivo y pendenciero, lo que él realmente quería decir a su tropa, al Gobierno y al mundo era que no están vencidos y que iba a darse una ‘negociación’, al menos la cuestión agraria y la dosis de impunidad que debería aceptar el país. Lo demás son puras arandelas.

Pero negociar en medio de las balas tiene su problema. Sobre todo cuando quien dispara no es el Gobierno. En estas mismas páginas advertimos que el proceso puede perder respaldo popular al momento en que la guerrilla aseste golpes. Es lo que está pasando en este momento. El punto es que la guerrilla sólo está en condiciones militares de hacer lo que hace. No tiene cómo librar una guerra regular, además, la nuestra es una guerra altamente asimétrica. Existe un desbalance enorme frente a las fuerzas estatales, de manera que la única opción militar es esa. Poner un petardo aquí, una mina allí, una emboscada allá, quemar un tractomula, dinamitar un oleoducto, una torre de energía, en fin, nada que signifique un cambio en la guerra misma.

Y hay otro aspecto, la mayoría del llamado ‘establecimiento’ no quiere negociar nada. Quiere es a una rendición. Así, la guerrilla sólo le quedan dos opciones: 1. Rendirse, efectivamente; y 2. Seguir ‘combatiendo’, que es una manera de decir, seguir resistiendo a la ofensiva, a ver si se produce un milagro y algún día cambia la correlación de fuerzas políticas. En eso llevan ya medio siglo. Una
guerra inútil, costosa y miserable que no va para ninguna parte.

Las FARC tienen que hacer una reflexión y tomar la decisión de hablar con franqueza al país y a su tropa. Apuestan por la política y rompen el círculo de la guerra, para lo cual más les vale aceptar la derrota militar pues así obligarían al Estado a para la guerra y buscar su final; o siguen en lo que están a ver hasta dónde aguantan.


Lo mismo vale para el gobierno. Debe decidir si va a ver negociación algo o no. De lo contrario el proceso de paz es apenas un chiste cruel.

Credito
GUILLERMO PÉREZ FLÓREZ

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