El Foro Internacional de Víctimas

Un primer aspecto positivo que ya dejan las conversaciones de paz es el reconocimiento de las víctimas. Es verdad que dicho reconocimiento empezó como una iniciativa de la administración Santos y que jugó un papel trascendente el actual ministro del Interior, Juan F. Cristo, cuando era senador. Pero el proceso de paz es lo que ha permitido reforzar ese reconocimiento y darles la palabra.

Ahora tal reconocimiento se ha extendido a los colombianos que viven en el exterior (cuatro millones de personas aproximadamente), muchas de ellas víctimas directas del conflicto armado. Y quiero subrayar la expresión víctimas directas, para significar que también hay indirectas o colaterales. De una u otra manera todos los migrantes externos han sido afectados por el conflicto armado o por la crisis socioeconómica, al tener que salir del país para tratar de hacer realidad su propio proyecto de vida, conseguir un empleo o inclusive estudiar.

La gente tiene derecho a vivir en donde nace, si le place. Y sin duda, a muchos colombianos se les ha privado de ese derecho. De allí la importancia del Foro Internacional de Víctimas (FIV), desarrollado ayer en varias ciudades de distintos países (España, Inglaterra, Noruega, Canadá, México, Venezuela, Ecuador y Argentina, entre otros), pues esto ha hecho que se dé un paso en la senda de escuchar a quienes se han ido del país, situación que no es, como muchos creen, idílica. No. El desarraigo es uno de los problemas más difíciles de sobrellevar y superar. La patria se quiere más cuando se está fuera de ella, desde la distancia. Es ahí cuando se le extraña, es ahí cuando el olor a la guayaba se le mete a uno en el alma y entonces se le comienza a idealizar.

No faltará quien diga que sólo son víctimas del conflicto armado los asilados, pero esto es un error. La mayoría de países han restringido sus políticas de asilo. Curiosa y paradójicamente, esta figura se está utilizando ahora para proteger a quienes tienen deudas pendientes con la justicia, no por razones políticas sino por delitos comunes. Pero a muchos colombianos se les ha rechazado en frontera y no se les ha concedido. Y muchos otros, que han salido del país por amenazas o por temor a ser desaparecidos, secuestrados o para eludir extorsiones, han tenido que resignarse a ser sencillamente migrantes económicos y padecer el exilio sin garantías.

Las expectativas de paz están creando en muchos colombianos que viven en el exterior la idea del regreso. Y está bien que así sea. Pero el regreso no es fácil. Puede ser incluso tanto o más traumático que la salida. El país al que vuelven no es el mismo que dejaron hace 10, 15 o 20 años. De allí la necesidad de que exista un estatuto del retornado, para que quienes deseen regresar, voluntariamente, se puedan acoger a él. Estatuto que debe contemplar muchos aspectos, entre ellos apoyo para asumir la cotidianidad, para incorporarse a la vida económica, laboral y cultural del país. Ayudarles a que corran el riesgo de ser tratados como extranjeros en su propia tierra.

Credito
GUILLERMO PÉREZ FLÓREZ

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