La revolución de la esperanza

Guillermo Pérez Flórez

Pareciera que de repente el mundo ha recuperado la cordura. Hay signos que así nos lo hacen pensar, comenzando por nuestro propio suelo en donde la paz se abre camino, aún en medio del escepticismo, la animosidad y el deseo de perpetuar una guerra. Quiero pensar que estamos entrando, quizás sin darnos cuenta, en una nueva era. Al parecer se trata de un fenómeno que se está extendiendo por todo el Globo.

En este proceso hay un aspecto fundamental: la reivindicación del diálogo como herramienta para resolver controversias. Si lo extendemos a la órbita familiar seguramente muchos serán los beneficios. Barack Obama y Raúl Castro, han dado un ejemplo valioso con el restablecimiento de las relaciones bilaterales. Ahora le corresponde al senado y congreso norteamericanos levantar el embargo y poner punto final a tantos años de desencuentros. John F. Kennedy y Fidel Castro hubieran podido ahorrar medio siglo de sufrimiento, pese a las circunstancias tan adversas que tuvieron que enfrentar. Pero vale la pena recordar que fue precisamente el diálogo (triangulado y confidencial) entre Kennedy y Nikita Kruschev lo que evitó una confrontación nuclear de alcances insospechados.

Raúl Castro, de quien muchos afirmaban sería una simple marioneta, se está encumbrando como un importante líder mundial. Colombia tiene una deuda de gratitud por todo cuanto está haciendo por la paz de nuestro país. La foto de esta semana, en la que aparece en medio del presidente Juan Manuel Santos y Timoleón Jiménez, el jefe de las Farc, pasará a la historia. Gracias al pueblo de Cuba por su hospitalidad y mediación. Ojalá que los diálogos con el ELN se desarrollen allí también. Los Castro y las Farc podrían contribuir a que la paz con esta guerrilla llegue a buen puerto. Nicolás Rodríguez (Gabino), tiene una oportunidad de oro para contribuir a que Colombia comience a transitar por una nueva senda.

En estos procesos de concordia y de recuperación del diálogo, es decir, de la política, el liderazgo del papa Francisco es indiscutible. Está a pocas gradas de alcanzar el cielo aquí en la tierra. Su lenguaje (verbal y gestual) prudente y sencillo, es un rocío que anima a desactivar la cultura extravagante del consumismo y la arrogancia del poder (en la misma línea del expresidente José Mujica). Su discurso en la septuagésima Asamblea de Naciones Unidas, es un oportuno llamado a los organismos financieros internacionales a “velar por el desarrollo sustentable de los países y la no sumisión asfixiante de éstos a sistemas crediticios que, lejos de promover el progreso, someten a las poblaciones a mecanismos de mayor pobreza, exclusión y dependencia”. Actualmente hay suficientes recursos naturales, científicos y tecnológicos que permitirían erradicar el hambre y las principales enfermedades en el planeta. Menos ambición, mayor solidaridad, menos odio, más amor.

El mundo reclama una nueva sensibilidad, basada en la fraternidad universal y el pluralismo cultural. Hay que utilizar la palabra para acercar, no para alejar. Está en marcha una silenciosa revolución de la esperanza. Cada quién es libre de inscribirse en ella o no.

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