La cultura del atajo y la viveza

Guillermo Pérez Flórez

Los colombianos somos expertos en atajos. Es una inclinación casi instintiva que nos lleva a hacer las cosas sin sujetarnos a los procesos establecidos. Y esa conducta la mezclamos con otra: la de subestimar a los demás porque nos creemos muy listos, más inteligentes. Estos dos rasgos se expresan incluso en comportamientos cotidianos, como hacer una simple fila en un banco, en una tienda o en una oficina pública. Si la podemos evitar salimos con el orgullo alborotado y dejamos a los demás viendo un chispero.

Así están actuando el Gobierno y el Congreso con la propuesta de bajar el umbral para el plebiscito por la paz. Este mecanismo consiste en que el pueblo es convocado para que decida si está de acuerdo o no con una decisión del gobierno. Según la ley 134 de 1994 se requiere para ello que la determinación sea aprobada por la mayoría del censo electoral, es decir, casi 17 millones de votantes. Con la reforma se necesitarán solo 4’396.626 de votos por el SI. Sobre la base, claro está, de que los votos por el NO sean menos.

Es verdad que la ley 134 fijo requisitos muy estrictos a los mecanismos de participación ciudadana: la iniciativa popular legislativa y normativa, el referendo, la consulta popular, la revocatoria del mandato, el plebiscito y el cabildo abierto. Precisamente por ello casi no se usan y algunos ni siquiera se han estrenado. Modificar esta ley es necesario para darle mayor vida a la democracia participativa. Lo que no está bien es modificarla ad hoc. Da la impresión que se teme a que el pueblo no haga quórum. Es evidente que con las condiciones actuales ese riesgo existe, pero en lugar de blindar el proceso de paz con un amplio acuerdo político y ciudadano, se recurre al atajo y la viveza de cambiar la ley. Esto es ponerle ‘conejo’ a la ley utilizando la ley misma.

Lo que puede darle solidez y estabilidad a la paz es que haya un mandato político contundente. La meta debería ser al menos 10 millones de votos por el SI. De manera tal que aleje la tentación de echar para atrás la decisión. El punto es que no es fácil conseguirlo, entre otras muchas razones porque la actividad política está prostituida, y muchos electores no van a las urnas sino que son llevados con estímulos clientelistas. Regalos, dinero, licor, contratos, puestos, becas, tejas, y un largo y sofisticado etcétera. En un plebiscito no hay ‘mermelada’. He ahí el problema. Sería una prueba ‘ácida’.

El proceso de paz debería servir también para crear una nueva cultura política. La cultura del diálogo, de la búsqueda del acuerdo y el consenso. Lo que Colombia necesita es superar el déficit de democracia, crear ciudadanía, politizar la vida social, que hasta la fecha ha estado militarizada y regida por criterios autocráticos. Presidente Santos, hagamos de la necesidad virtud. Démosle una oportunidad a la política. El país debe enfrentarse a sus propios dilemas. No hay que recurrir al atajo.

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