La culpa es de uno

Guillermo Pérez Flórez

Sufrí una profunda decepción con el triunfo del No en el plebiscito. Me resultaba incomprensible la derrota del Sí, y que el 63% de electores se hubiese abstenido de votar.

Con el paso de los días vuelvo a ver las cosas con claridad. Hace muchos años hice mío un verso de Mario Benedetti: “La culpa es de uno, cuando no enamora. No de los pretextos”. Ni el Gobierno, ni las Farc, ni la prensa, ni quienes estábamos por el Sí logramos transmitir que los diálogos de La Habana eran una negociación entre dos partes que durante medio siglo no habían podido derrotarse la una a la otra, y que, por lo tanto, había que hacer concesiones. Era lógico suponer, además, que después de una sofisticada campaña de desprestigio a las Farc, que tuvo su culmen el 4 de febrero de 2008 (la movilización llamada “No más Farc”), muchísimas personas no iban a aceptar que a éstas les dieran tratamientos extraordinarios. Y las Farc tienen muchísima culpa. Las imágenes de los soldados y policías encerrados en campos de concentración, el asesinato de los diputados del Valle, la toma de poblaciones inermes, el secuestro y la tortura de líderes políticos, estaban muy frescas en la memoria colectiva. Durante la negociación no alcanzaron a construir otra percepción.

Un amigo me dijo que votar No era muy difícil. Al contrario -le contesté- lo difícil es votar Sí. Por ello hizo carrera la expresión de que teníamos “que tragarnos unos cuantos sapos”. Frase que reforzaba la tesis de que las guerrillas no merecían tales concesiones. Uribe y sus acólitos lo entendieron con absoluta claridad y se dedicaron -como ellos mismos lo reconocen- a trabajar la emoción en lugar de la razón. Despertar indignación. Hacer que la gente fuese a las urnas con rabia, a pasarle a las Farc y a Santos viejas y nuevas cuentas de cobro. El debate se volvió no racional, sino emocional. El voto racional si acaso representa el cinco por ciento. El resto fueron lo votos de la ira. Un voto bronca.

¿Por qué tanta abstención? Porque el conflicto es rural, y la paz nada le dice a las mayorías urbanas. Intuyen que no les va a cambiar la vida, que seguirán en la inopia, viviendo la misma vida miserable. Trabajando a cambio de un ingreso modesto que apenas les alcanza para comer, casi lo mismo que recibirían quienes habían violado el código penal de pasta a pasta. Uribe apuntó al corazón de la diana, cuando dijo: ‘Ser pillo, paga’. El Gobierno, en cambio, cometió múltiples errores, puso casi todos los huevos en la canasta de la comunidad internacional, lo cual reforzó la injusta creencia de que Santos solo buscaba el Nobel. Por ello tampoco hay la alegría que debería generar una noticia tan buena para el país como es que se lo concedan. De hecho, se creyó que se lo darían compartido con el jefe de las Farc.

Hay muchas cosas para reflexionar y corregir. Ahora más que nunca, pues la paz no está tan cerca como se nos dice en las declaraciones. La culpa es de uno.

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