Neopopulismo y tecnología

Guillermo Pérez Flórez

El fenómeno es mundial. El populismo se ha apoderado de la política, cabalgando sobre el miedo y la esperanza, las carencias y las ilusiones, y reduciéndola a la gestión de las emociones, a través de una comunicación directa entre el líder y los seguidores, basada en micro relatos de 140 caracteres o de caricaturas sofísticas del mundo. Así, el debate político es reemplazado por la emulación gestual en una especie de ‘reality show’.

Hace años se afirmaba que la política era un ejercicio de la inteligencia. El eje gravitacional era la confrontación entre modelos de sociedad y estado, monarquía o república en el siglo XIX, capitalismo o socialismo, durante la guerra fría. La globalización económica y tecnológica ha creado un mundo que marcha hacia un modelo único, interpelado apenas por matices y acentos. Ante la dificultad fáctica de construir alternativas y soluciones que contribuyan a paliar los costos sociales de esta globalización los líderes recurren al populismo y a la gestión de las emociones. Lo anterior viene a cuento por la campaña en Estados Unidos. Las probabilidades de que gane Hillary Clinton son altas pero Trump aunque menores también tiene posibilidades. No habría nada de extraño. Ha hecho una campaña anti política, despotricando contra el “establishment”, primero del partido republicano y luego de toda la clase política, a la cual culpa de los males que padece el pueblo americano. Apela a la nostalgia y el miedo. Promete hacer de Estados Unidos un país grande de nuevo. “Make America Great Again”. Explota la frustración de amplias franjas de la población para las cuales el sueño americano se ha evaporado, a pesar de los éxitos económicos de Obama. Hay empleo, pero precario, mal pagado y a tiempo parcial. Entonces promete algo imposible: llevar de vuelta a casa las fábricas que se instalaron en México, China o Singapur. Algo absolutamente imposible, y él lo sabe.

Trump es de la misma línea del Frente Nacional de los Le Pen en Francia. Son iguales de xenófobos. Culpan a los inmigrantes de todos los males. El truco es tan simple como antiguo. Identifique una frustración y construya un enemigo a quién achacarle los males. Así lo hicieron Isabel y Fernando en el siglo XV, estigmatizaron a los judíos y a los moros, y los expulsaron. Hitler hizo lo propio con los judíos y los gitanos. Trump sataniza a los musulmanes y a los “latinos”, le promete a la mayoría blanca nuevos tiempos de gloria que él sabe que son imposibles. Existe conexión entre figuras como la de Trump, Putin, Le Pen, Álvaro Uribe, o Alejandro Ordoñez (que podría convertirse en Trump colombiano). Pertenecen a corrientes populistas que explotan los miedos y las frustraciones de la gente. Versiones diferentes de un mismo fenómeno pero con técnicas similares. Incitan al odio, al miedo. Defienden la ortodoxia, temen al pluralismo, son tribales, manejan códigos comunicaciones simples que se difunden de forma viral gracias a las nuevas tecnologías, que achican las distancias y anulan la intermediación política. De allí la crisis de los partidos. Es un neopopulismo rancio y ultramontano, que no resuelve problemas pero sabe ganar elecciones.

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