El patriarca de La Habana

Guillermo Pérez Flórez

Pensaba escribir sobre un tema local, pero un Fidel Castro no muere todos los días. Sé que correrán ríos de tinta acerca de la vida, obra y ‘milagros’ de este patriarca, pero resulta casi inevitable referirse a él por todo cuanto significó para mi generación, para Colombia y para América Latina.

La razón para que un Fidel Castro no muera todos los días es elemental: tampoco nace todos los días. Sin duda un ser excepcional, cuya vida estuvo estrechamente ligada a medio siglo de historia latinoamericana. Para entender buena parte de los acontecimientos de este lugar del planeta hay que conocer la parábola de un hombre que ha dejado el mundo para entrar en la historia, y no precisamente por una puerta pequeña, sino por la puerta grande. No sería exagerado afirmar, que Fidel fue el principal protagonista político del siglo XX en el hemisferio americano y uno de los más importantes del Orbe.

¿Fue un líder perfecto? No. Lejos de serlo. Cometió muchas injusticias. Como todos los mortales su vida fue una bitácora de aciertos y de equivocaciones, entendibles solo a la luz de lo que fue su tiempo. Nadie escapa a ser hijo de una época, y él no iba a ser la excepción. Su vida estuvo marcada y casi decidida por los acontecimientos históricos. Washington se encargó de atornillarlo en el poder durante 50 años, su errática política exterior hacia América Latina le sirvió en bandeja de plata la oportunidad de convertirse en un ícono regional, en una especie de David enfrentado a Goliat. Fidel hizo de un pequeña isla caribeña de escasos 109 mil kilómetros cuadrados, un epicentro de la política internacional en 1962 y un símbolo de dignidad, del cual él mismo era el estandarte. Casi todas sus actuaciones estuvieron condicionadas por acontecimientos políticos y económicos internacionales.

Washington y la CIA crearon en él una psicología de guerra que legó a dos generaciones de latinoamericanos. “Patria o muerte”, solía repetir en su kilométricos discursos. Posiblemente, otra habría sido la historia si las circunstancias políticas hubieran sido tan benévolas como con Raúl, su hermano. Se dice que sobrevivió a 600 intentos para asesinarle, entre ellos el de Marita Lorenz, su amante reclutada por la CIA para matarle, con quien tuvo un hijo de quien solo vino a tener noticias 20 años después, pero que fracasó por el carisma desbordante que poseía Fidel. “No pude hacerlo”, confesaría años más tarde la espía.

Con la excepción de México, país que lo distinguió con afecto especial, Fidel metió sus barbas en casi toda América Latina, para exportar una revolución que llevó hasta África. Una historia ampliamente documentada. Durante la última década la paz en Colombia se le convirtió en obsesión sincera. Escribió, habló y actuó para que fuese posible. El destino quiso que viviera para verla: su deceso ocurrió 48 horas después de la firma del acuerdo con las Farc.

Solidaridad con un hospitalario pueblo que perdió la libertad por recuperar la dignidad. ¿La historia lo absolverá? Solo ella podrá decirlo.

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