El veredicto de Cajamarca

Guillermo Pérez Flórez

Se puede estar de acuerdo o en desacuerdo con el resultado de la consulta de Cajamarca, pero no puede negarse que es estimulante en cuanto significa en avance en civilidad y democracia. Piedras, primero, y Cajamarca ahora han marcado un antes y un después en muchos campos. Han inaugurado una nueva época que canaliza la protesta social a través de mecanismos pacíficos y democráticos. Algo va de una consulta popular a la voladura de un oleoducto.

Estas consultas, además, dicen muchas cosas: una, que estamos aprendiendo a vivir en democracia y sin apelar a la violencia. Las consultas son hijas de la constitución del 91. Hemos tardado casi 25 años para imbuirnos de su espíritu. Al inicio, fue la acción de tutela la que acaparó la atención, ahora las consultas populares. Otra cosa, se ha abierto una discusión entre las relaciones entre el poder central y el poder territorial. Bogotá no puede seguir tomando decisiones sin consultar las realidades sociales, culturales, ambientales y políticas de las regiones.

Una cosa es el mapa, y otra el territorio. El mapa no revela todas las realidades, materiales e inmateriales. Se impone, entonces, la concertación con el territorio. Históricamente, la clave de la gobernabilidad en Colombia ha sido la cooptación política o el bolillo, pero concertar y cooptar son verbos diferentes. La élite capitalina está acostumbrada a cooptar a los politicastros de provincia, con dádivas y coimas (clientelismo) y éstos traicionan los intereses regionales y desacreditan la territorialidad, gracias a lo cual sigue casi intacta la estructura política centralista y colonial. Esto se tiene que acabar.

Cajamarca es una lección que el Gobierno y las empresas del sector minero-energético no deberían ignorar. El modelo transaccional, basado en “te doy y me das”, solo genera atraso, corrupción y miseria. Es un tipo de relacionamiento agotado. La responsabilidad social empresarial debe replantearse, orientarse a la construcción de valor. Las empresas deben aliarse con las comunidades para generar valor, desarrollo y capital social, no cooptar ni corromper a sus líderes para sacar una mejor tajada en detrimento de los intereses comunitarios. También es de agradecer los avances en materia de concientización ambiental. El mensaje de Cajamarca es esperanzador, pues el argumento central fue la defensa del agua y del territorio. Las nuevas generaciones crecerán con la consigna de respetar y preservar la naturaleza.

El debate apenas comienza. La cuestión va para largo. Son muchas las aristas a considerar: el modelo de desarrollo, las relaciones centro-periferia, la responsabilidad social de las empresas, las tensiones desarrollo - medio ambiente. La protesta pacífica y organizada, que descalifica la violencia. Las límites de la democracia representativa. Y deja muchas preguntas de fondo. ¿Podemos renunciar a la minería? ¿Podríamos prescindir del petróleo? ¿Qué inversión extranjera necesita el país? Hay muchas preguntas, y pocas respuestas. Pero una cosa ha quedado clara: el destino de la provincia no puede ser el atraso y el vasallaje. No en estos tiempos. Tal es el veredicto de Cajamarca.

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