Los corruptos de Bogotá

Guillermo Pérez Flórez

Según estimaciones de la empresa de Transmilenio, la evasión del pago de pasajes es del 15,36 % del total de los viajes, lo cual significa que diariamente se cuelan 384 mil personas, cifra que equivale a una ciudad de tamaño medio. Esto le cuesta a la empresa 220 mil millones de pesos al año. Adicionalmente, por intentar colarse pierden la vida dos decenas de personas y resultan lisiadas casi un centenar en el mismo período.

La administración Peñalosa ha puesto en marcha diferentes estrategias orientadas a tratar de corregir esta anomalía. Con todas ha fracasado. La más ‘novedosa’ ha sido la de criminalizar a quienes se cuelan. “Pagar el pasaje es lo correcto; colarse es lo corrupto”, dice una de las campañas comunicativas en la cual debe haber invertido varios miles de millones de pesos. En su ‘sabiduría’ los creativos de la campaña, con el aval de la administración, piensan que criminalizar a casi cuatrocientas mil personas es lo indicado, y que tiene efecto disuasivo. No es que esté bien colarse, por supuesto, pero me pregunto si la estrategia es la adecuada, y si no estarán tirando nuestros impuestos a la basura.

Una caracterización de los colados indica que son jóvenes de entre 14 y 25 años, algunos de ellos estudiantes del Sena. Esta semana dicha entidad amenazó con quitarles las ayudas y expulsar del servicio a quienes se colaran. Vi la noticia en televisión, y no sabía si reír o llorar. Graduar de corruptos a unos jóvenes que carecen de recursos para ir a estudiar o a buscar empleo, me parece una insensatez. Es expulsarlos prematuramente del sistema; además, situarlos en una frontera con la ilegalidad es una provocación. ¡Son infractores! ¡no delincuentes! A renglón seguido entrevistaron a unos estudiantes, y ¿qué dijeron? Que la solución era darles pasajes gratis porque no tienen cómo pagar. Pero la administración distrital vive en las nubes y desconoce la ciudad que gobierna. Bogotá es, socialmente, una bomba de tiempo. Basta con mirar las edades de los cientos de personas que a diario arresta la policía, no por colarse en el Transmilenio sino por hurtar celulares, bicicletas o asaltar pequeños comercios. Pero en una ciudad en la cual la principal oferta laboral a la juventud es ser repartidor domiciliario, es explicable que sucedan estas cosas.

Tildar de corruptos a los colados es extender la corrupción a una franja de la población, y desviar la atención sobre una cuestión crítica: la existencia de cárteles de la contratación pública, que no nacieron precisamente con los alcaldes de “izquierda”, como suelen cacarearlo algunos, sino que son producto de una forma de hacer política y de gobernar históricas. Alcalde, los corruptos de Bogotá no son los colados del Transmilenio, son quienes están enquistados en el “régimen”, particularmente en los grandes proyectos, como se probó con los hermanos Nule y con el resto hampones del carrusel.

Bogotá necesita un cambio de rumbo político y un nuevo modelo de ciudad, más incluyente y justo socialmente. Lo de los colados es “peccata minuta”, comparado con la verdadera corrupción.

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