En defensa de los extremo-ambientalistas

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Un reconocido columnista de un diario de circulación nacional, últimamente se dio a la tarea de intentar estigmatizar a quienes luchamos permanentemente por la sostenibilidad ambiental de los territorios, porque supuestamente somos una piedra en el zapato para el desarrollo del país.

En dos columnas de opinión publicadas recientemente, además de defender con vehemencia las empresas extractivas que tanto “agobian” y “persiguen” los ambientalistas, insistió en tildar a los furiosos, fundamentalistas, dictadores, extremistas, y hasta enceguecidos defensores del medio ambiente de ser en buena parte responsables del atraso de la infraestructura vial y el desarrollo de grandes proyectos minero-energéticos en Colombia.

Inicialmente pensé que era un bloguero ansioso por generar opinión a costa de un provocador ataque contra los ambientalistas. Pero cuando me di cuenta de que se trataba de un personaje reconocido a nivel nacional, que actualmente funge como profesor de una de las universidades más prestigiosas del país, sentí una profunda decepción, al darme cuenta de que, como este, algunos líderes de opinión se quedaron en el pasado, creyendo que el desarrollo solo tiene lugar en la dimensión económica, y que la conservación de los ecosistemas es un capricho para estorbar los megaproyectos del país.

Y es que los pobres y viscerales argumentos de esta arremetida contra los ambientalistas, proveniente de alguien que se autoconfiere una gran trayectoria profesional y académica, denotan no solo un absoluto desconocimiento de la relevancia que ha tomado el concepto de la sostenibilidad ambiental a nivel global, sino también un extraño interés por desacreditar ferozmente a investigadores y científicos que permanentemente hacen valiosos aportes para una mejor gestión ambiental en nuestro país.

Acaso es de fundamentalistas, radicales o extremistas pretender crear más parques naturales; exigir el establecimiento de controles más rigurosos en la expedición de licencias ambientales; oponerse a proyectos que amenacen con producir efectos irreversibles sobre zonas de alto valor ambiental; intentar proteger la cultura, las costumbres y las formas de vida de los habitantes de un territorio; aspirar a detener, o cuando menos retrasar, la implementación de técnicas extractivas altamente riesgosas como la del fracking; o anhelar que sean los pueblos quienes decidan soberanamente sobre su propio desarrollo y no tenga que ser una imposición del Gobierno.

Por supuesto que no. Los ambientalistas no pretendemos que nada se toque. Ni mucho menos representamos impedimento para que nuestra sociedad pueda avanzar hacia un estado deseable. Más bien hemos dado un paso hacia adelante pensando en un futuro común. Nos percatamos de que debe haber justicia intergeneracional, porque quienes aún no han nacido también tienen el derecho de vivir en un mundo con iguales o mejores recursos que el nuestro.

Entendimos que la sostenibilidad ambiental es precondición para alcanzar niveles óptimos de bienestar. Que las relaciones conflictivas con la naturaleza no dejan más que consecuencias nefastas. Que como todo sistema vivo, los ecosistemas tienen una capacidad de carga, que si se sobrepasa, se agotan y luego colapsan, y si eso pasa, la vida en el planeta se vuelve inviable. En últimas, si pensar así es ser un extremo-ambientalista, entonces muchos estaremos complacidos de serlo toda la vida.

Credito
CÉSAR PICÓN

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