Volver a matar a Bachué

Nelson Germán Sánchez

–Gersan-

Ya es un lugar común decir que las grandes mentes, las ideas revolucionarias, las creativas, los sentimientos hecho arte desde la base popular no son reconocidos en su importancia sino muchos años después y las mentes brillantes no son reconocidas en su momento. Precisamente eso fue lo que le sucedió al Grupo Bachué.

El movimiento, surgido por allá a comienzos del siglo pasado, en los años 20, 30 y 40, fue de un grupo de pintores y escultores que tomó su nombre de la escultura de la diosa de los Muiscas, Bachué, del escultor de Rómulo Rozo, quien inició este periodo.

Se trataba de una serie de pioneros que querían reivindicar el arte desde la mirada nacional, criolla, algo indigenista, pero sus concepciones, percepciones y sugerencias no fueron aceptadas, valoradas ni tenidas en cuenta debido al momento político, histórico, por el estado confesional que vivía el país, que cuestionó y descalificó duramente el arte de este movimiento, a través de lo que algunos expertos llamaron una crítica morronga.

Como si la descalificación goda y eclesiástica no fuera suficiente, la despiadada crítica de la extranjera -traída dizque para enseñarnos el arte del mundo- Martha Traba, acabó de enterrar la posibilidad de hacer desde ese momento visible la propuesta artística de ese grupo. “Que los colombianos qué iban a ser capaces de producir arte”, decía con desdén y sarcasmos la argentina, registra la historia. Vaya daño que hizo.

Luis Alberto Acuña, Gonzalo Ariza, Ignacio Gómez Jaramillo, José Domingo Rodríguez, Ramón Barba, Josefina Albarracín, Pedro Nel Ospina y Rómulo Rozo hicieron parte del movimiento.

Paralelo al talento y la creación de este grupo estuvieron Débora Arango, el maestro Rodrigo Arenas Betancourt, Carlos Correa, Alipio Jaramillo, Santiago Martínez Delgado, Marco Ospina, Luis Ángel Rengifo, Sergio Trujillo Magnenat, Eladio Vélez y Carolina Cárdenas, quienes seguramente son más reconocidos para todos nosotros.

El gran pecado de ese grupo, que tenía la más alta formación académica de la época en las escuelas del mundo, era precisamente combatir esa influencia vanguardista y contemporánea europea en el arte local, provincial, que comenzaba en el país, para reafirmar la identidad colombiana desde la escultura y la pintura.

De este grupo se asegura que tomó para sus obras, y en especial para la pintura, elementos del movimiento mejicano conocido como “muralismo” y, por tanto, no se le consideraba original; además el arte estaba era siendo producido en el Viejo Continente.

Traigo a colación esta historia del Grupo Bachué para reivindicar muchos movimientos, manifestaciones artísticas y culturales que emergen en nuestro país, incluso en nuestra región, y no están recibiendo ni el trato ni el respeto ni el apoyo o reconocimiento debidos, simplemente porque la gente no los entiende, no es capaz de asumir de manera profunda una mirada distinta respecto a si aquello representa arte o no, si es creativo, es parte de un movimiento, si expresa cosas más allá de lo evidente que llegan directamente a los sentidos o las sensaciones.

No vaya a ser que desde nuestros propios espacios de arte y cultura, museos, de las direcciones responsables del tema en Ibagué y el Departamento, estemos miopes a estas manifestaciones del arte por andar siempre en lo mismo, pensando de la misma manera y manteniendo una postura lineal sobre la creatividad y el talento. Que estemos “matando muchos grupos bachués” de pintura, escultura, danza, teatro o música que estén por ahí, frente a las narices de todos.

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