Editorial: Las consecuencias de la paz

Para los tolimenses e ibaguereños que comparten este territorio en unas calendas en las que, se antoja, se vislumbra la esperanza, no deja de producir alegría y regocijo que el gobernador Barreto y el alcalde Jaramillo hayan iniciado un proceso de descongelamiento de sus relaciones.

El país tiene que irse acostumbrando a que sucedan cosas inimaginables a partir del momento en que se consolide la paz (de hecho, vale la pena registrar lo que acontece en el camino).

Ha de ocurrir en todos los aspectos de la vida y, seguramente, será una experiencia no vivida por varias generaciones que redundará en un aprendizaje colectivo no exento de dificultades si bien necesariamente positivo.

Habrá quienes traigan a colación el clásico de Keynes, tras el Tratado de Versalles; unos para denigrar de las condiciones registradas en los acuerdos y, otros, para señalar que, precisamente para evitar posteriores divergencias y confrontaciones se hizo lo que finalmente se rubricó.

Muchos habrán olvidado a Barco, Betancur, Gaviria y Samper (por lo que alcanzaron en sus períodos o lo que Uribe consiguió en los suyos) para no rememorar mucho de antecedentes tan remotos como Benidorm, que para los tolimenses tuvo especial significado, aunque tantos denigren de lo acordado entre Gómez y Lleras.

Pero como el asunto no consiste en vivir rumiando el pasado ni lamiendo las heridas para recordar lo acontecido, es pertinente registrar los hechos en la medida en que suceden para resaltar lo que ocurría antes de que se depusieran las armas.

Para los tolimenses e ibaguereños que comparten este territorio en unas calendas en las que, se antoja, se vislumbra la esperanza, no deja de producir alegría y regocijo que el gobernador Barreto y el alcalde Jaramillo hayan iniciado un proceso de descongelamiento de sus relaciones, hayan designado emisarios de paz y, en medio de un contrito acto por la muerte (otra vez por cuenta de la guerra) de varios soldados tolimenses y con la mediación de monseñor Flavio Calle Zapata, hayan moderado (ojalá cesado) su beligerancia verbal y convenido en dejar de lado los temas que los separan para emprender juntos los que los unen.

De Jaramillo se sabe que ha recibido apoyo de la Iglesia en momentos de crisis (Serna y Sarasti) con positivos resultados y de Barreto se conoce su tradición en asuntos religiosos.

No se pretende que concurran juntos los mandatarios a eventos sociales ni se les verá en cabalgatas ni actos multitudinarios comunes, pero basta con que depongan los espíritus (y den asueto a las lenguas) para que la comunidad se empeñe en la necesaria e impostergable tarea de construir la paz. Así sea.

REDACCIÓN EDITORIAL

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