Editorial: El lado primitivo

Que seis colombianos (siete) pierdan la vida por cuenta del resultado de un partido de fútbol que ganó el equipo de casa desborda cualquier parámetro de estupefacción y provoca pesimismo sobre el propósito de alcanzar la paz. La estupidez no tiene cura pero la sociedad debe luchar para que la reconciliación logre matizar los efluvios del salvajismo.

Gran regocijo produjo en el país la victoria del Atlético Nacional sobre el equipo ecuatoriano Independiente del Valle, por medio de la cual el equipo de Medellín se alzó por segunda vez con el título del certamen continental Copa Libertadores de América. Ahora los de verde se verán, en Japón, nada menos que contra el Real Madrid, para definir el ganador de la Copa Intercontinental.

Las festividades se extendieron por todo el país, pues el equipo paisa tiene fanáticos en todas las regiones. Medellín, por supuesto, fue una sola celebración con lo que se anticipó a La Feria de las Flores. Hasta aquí, todo bien.

Lo incomprensible y censurable llegó al caer la noche y aunque el alcalde de la Capital de la Montaña dio un parte de victoria y el comandante de la Policía Metropolitana saludó el buen comportamiento, el registro final dio cuenta de “apenas 100 peleas”, numerosos heridos y un muerto que portaba la camiseta del Independiente Medellín, el rival de casa del nuevo campeón.

En Bogotá no hubo felicitaciones ni elogios del alcalde y la policía. En la capital y por razón de la victoria de Nacional hubo más de 100 peleas, heridos por docenas, más de 60 detenidos, una casa destruida por fanáticos que atacaron a los propietarios por portar camisetas de Millonarios (que jugaba esa noche contra Tolima) y cinco muertos en reyertas con arma blanca (seis si se contabiliza el deceso de un hincha que se saltó con su moto un semáforo en medio de la euforia). Eso en una ciudad que no es la sede del equipo ganador del trofeo pero en donde las confrontaciones aupadas por el alcohol, la intolerancia y la estupidez son ocurrencia diaria y muestran a las claras la enorme distancia que falta por recorrer para que impere la civilidad y el trato de gente.

Que seis colombianos (siete) pierdan la vida por cuenta del resultado de un partido de fútbol que ganó el equipo de casa desborda cualquier parámetro de estupefacción y provoca pesimismo sobre el propósito de alcanzar la paz.

La estupidez no tiene cura pero la sociedad debe luchar para que la reconciliación logre matizar los efluvios del salvajismo.

REDACCIÓN EDITORIAL

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