El derecho a convivir en paz

Es el derecho a tener una vida en convivencia. Es la obligación de terminar con una violencia estéril, fratricida e inútil. Es hora de atrevernos a buscar esa convivencia que reclama y a la que tiene derecho nuestra nación.

Luego de las primeras conversaciones entre el Gobierno y los representantes del No al plebiscito, las plazas y calles de las principales ciudades del país han recibido manifestaciones de respaldo a la intención de crear un consenso nacional para sacar adelante el propósito de alcanzar la paz.

Parecería contradictorio el que miles de participantes en esas movilizaciones espontáneas hubieran votado por la negativa, o que sean de aquellos que se abstuvieron de participar en la consulta. Sin embargo, no es así.

Tras la reunión en el Palacio de Nariño del Gobierno nacional con los principales dirigentes de la oposición y con voceros de movimientos no alineados con partido alguno, empezó a resurgir la esperanza de lograr una revisión que permita superar diferencias. En apariencia, es lo contrario al veredicto expresado por la mayoría de los sufragantes, lo que daría a entender que quedó sepultado el acuerdo negociado y firmado con las Farc.

Pero es todo lo contrario. Desde que los expresidentes Andrés Pastrana y luego Álvaro Uribe se dieron la mano con el presidente Santos en la sede del Gobierno luego de años de distanciamiento acalorado y de descalificaciones mutuas, los colombianos interpretaron que sí era posible buscar un acuerdo entre las fuerzas políticas distantes entre sí, pero respetuosas de la democracia para devolver la vida al acuerdo.

Y empezaron a reclamar ese acuerdo sin que mediara una convocatoria formal o la presencia de los dirigentes tradicionales. A partir del pasado miércoles por la noche no ha existido necesidad ni oportunidad para los discursos ni los lemas partidistas. Los partidarios del Sí y del No marcharon juntos, al lado de muchos abstencionistas, para reclamar que se sostenga esa búsqueda de consenso.

Es el movimiento de opinión alejado de las banderas partidistas que ha servido para despejar la incertidumbre sobre las consecuencias que tiene el resultado del plebiscito del 2 de octubre. Es la posibilidad de hacer ajustes y cambios al acuerdo celebrado en La Habana y ratificado el 26 de septiembre, sobre la base de escuchar los puntos de vista y buscar los puntos de aproximación que permitan llegar a la solución esperada.

Es difícil, pero no imposible. Por supuesto, hay que contar con la disposición de los dirigentes de las Farc para volver a sentarse a la mesa, a discutir esos cambios. Sin embargo, sus declaraciones dan a entender su voluntad de no retornar a la lucha armada y su reiterada intención de regresar a la sociedad y ejercer la política sin armas y sin violencia.

Quizá sea una ilusión pensar que ese cambio es factible, pero hay que intentarlo. Es posible que existan concepciones y puntos de vista que se vean hoy como murallas que impiden modificar lo acordado en la negociación de seis años. Pero es la gente del común, sin intereses distintos a la paz nacional y a la tranquilidad en Colombia, la que está reclamando ese paso.

REDACCIÓN EDITORIAL

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