El pesimismo es la ‘criptonita’ del proceso de paz

Columnista Invitado

Colombia no puede perder la mejor oportunidad de su historia para lograr la paz. Y eso es lo que podría ocurrir si el extendido pesimismo que hoy existe termina por conducir a la creencia de que la paz se puede lograr por la vía militar. Esta alternativa es poco factible e implicaría un enorme costo humano.

El pesimismo frente al proceso de paz, según la última encuesta de Gallup, ha llegado a niveles sin precedente. Por primera vez desde abril de 2003, es mayor el número de encuestados que considera que la mejor opción para solucionar el conflicto es tratar de derrotar a la guerrilla y no de negociar con ella. Solo el 33 % de los encuestados cree que se llegará a un acuerdo de paz, el nivel más bajo de optimismo desde que se iniciaron los diálogos.

Por entendible que sea el pesimismo, dados los ataques de las últimas semanas, sus actuales niveles desconocen el progreso ya logrado. Ningún proceso con las Farc-EP, desde cuando se empezó a negociar con ellas, hace 33 años, había avanzado tanto. Por primera vez se han logrado acuerdos en materia de los problemas del campo, de una participación política más amplia y del manejo de las drogas ilícitas. Y están muy cerca de encontrarse en la respuesta a las víctimas.

Más allá de lo acordado, y a pesar de los terribles ataques recientes, el proceso ya ha tenido un impacto, disminuyendo de forma significativa los secuestros, el desplazamiento, y el número de muertos y heridos.

Estos avances se perderán si el pesimismo se impone y se intenta conseguir la paz con más guerra. ¿Qué tan factible es conseguir la paz por la vía militar? y, si lo fuera, ¿a qué costo será?

Según un análisis de Jorge Restrepo (Cerac) de 2009, la estrategia militar con la que se buscaba derrotar a las guerrillas llegó a un punto de estancamiento unos años antes. La presión militar del Estado logró ‘marginalizar’ el conflicto geográfica y económicamente. Pero no logró la derrota de los grupos armados, aunque condujo a su reacomodo.

La diferencia de costos en términos de tiempo, de sufrimiento humano y económico de una salida negociada con los de una salida militar es moralmente inasumible.

Según el recién publicado informe del Instituto para la Paz y la Economía, Colombia está entre los nueve países en el mundo que más gastan en contención de violencia. Esto incluye no solo lo invertido en la Fuerza Pública, sino también los gastos relacionados con la atención a las víctimas del conflicto y otros costos asociados. Colombia está gastando 18% de su PIB en contención de la violencia, mientras Brasil gasta el 8% y Chile el 5%.

Si Colombia pudiera invertir la mitad de lo que gasta ahora en contención de violencia en infraestructura, en programas sociales, en medio ambiente y educación no habría otro país igual en la región.

Sabemos que es difícil tener esperanza cuando el proceso no produce avances suficientes para nutrir la confianza y cuando no se logra volver a implementar medidas para desescalar el conflicto. Pero esperamos que un país que ha tenido tanta paciencia con el conflicto armado y para tolerar sus costos, logre tener algo más de paciencia con el proceso de paz. ¿Acaso seguir con los esfuerzos de paz por uno o dos años más es perder el tiempo, mientras que condenar el país a otra década o más de guerra, sí es aceptable?

Lo irónico es que la mayoría de las voces que claman por una solución armada no viene de las comunidades más golpeadas por el conflicto. Lo que escuchamos en las zonas más afectadas por el aumento en ataques sigue siendo lo que las víctimas, en su mayoría, siempre nos han dicho: que las partes no se levanten de la mesa hasta llegar a un acuerdo.

En un reciente foro, el presidente Santos enfatizó que el pesimismo es la ‘criptonita’ de la economía. Lo mismo vale para el proceso de paz. Lograr la paz es posible, pero, como dijo el Secretario General de las Naciones Unidas, requiere que los colombianos pongan este objetivo por encima de todos los demás. En las circunstancias actuales, eso significa no permitir que el anhelo de paz sea envenenado por la ‘criptonita’ del pesimismo.

* Coordinador Residente de Naciones Unidas en Colombia.

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