Siempre hemos pensado que, siendo de interés público -diríase que de interés público fundamental- los debates que se surten en la Sala Plena de la Corte Constitucional, en ejercicio de la guarda de la integridad de la Constitución, deberían ser públicos. Ello permitiría no solamente que el ciudadano del común estuviera bien informado acerca de los argumentos y criterios de los magistrados y su razonada exposición, confrontación y votación, sino que evitaría la inconveniente especulación mediática sobre proyectos de fallo -indebidamente filtrados-, que se ha vuelto costumbre, en especial cuando se trata de asuntos altamente controversiales.
Algunos acontecimientos, actos y discursos recientes sugieren la necesidad de hacer precisiones, con miras a evitar equívocos y confusiones que perjudican a la sociedad:
Resaltemos una vez más la necesidad de reglas claras, que son requisito esencial de convivencia en el interior de cualquier sociedad, con mayor razón si se ha organizado como Estado de Derecho.
Como lo dije públicamente hace unos días, el presidente de la República no necesita, ni está obligado a responder -en las redes sociales- a toda publicación, opinión o información de los medios y periodistas acerca de su gobierno. Tampoco le está prohibido
El país ha vuelto a convulsionarse políticamente por cuenta de palabras deshilvanadas, reclamos incoherentes, filtraciones, publicaciones, trinos, especulaciones, dudas y preocupaciones políticas. No es el caso de tomar partido en uno u otro sentido, justamente porque todo ha sido mediático, y, en consecuencia, no hay decisiones institucionales. Ha faltado información fidedigna y completa, pruebas y seriedad, todo lo cual ha conducido a la oscuridad existente, que está causando daño a la sociedad y a la estabilidad política.
En España, las elecciones autonómicas del pasado domingo 28 de mayo fueron un verdadero desastre, tanto para el PSOE, en el poder, como para Pedro Sánchez, su líder y en la actualidad el presidente del Gobierno.
Con independencia de la orientación política que prevalezca en la búsqueda de la paz -que, pese a las propuestas oficiales de diálogo y cese de hostilidades, parece cada día más lejana-, lo cierto es que la sociedad colombiana, en todos sus sectores, debe hacer un alto en el camino, para meditar y dialogar sobre su futuro, cada vez más incierto.