La paz por encima de todo

César Picón

El expresidente Uribe se despachó sin misericordia en Atenas en contra de su propio país, poniéndolo en la palestra pública como aquel en el que reina la impunidad, la extorsión y el narcotráfico, el mismo cuento con el que embelesa a más de uno dentro de nuestras fronteras.

Apenas han pasado siete meses desde la firma del acuerdo de paz definitivo y ya proponen “hacer trizas el proceso”, cabalgan sobre cada hecho aislado que se presenta en las zonas veredales o con guerrilleros disidentes, insisten que en Colombia se instalará el castro chavismo y despotrican del Gobierno intentando mostrar que la terminación del conflicto ha sido un monumental fracaso. Desde ya se nota el afán de los detractores de la paz por conquistar el favor popular en el 2018 a punta de posiciones radicales que nos alejen de la pacificación.

Estamos a tiempo de advertir la terrible equivocación que sería permitir que se mancillen los avances en materia de paz. El pueblo no puede tener tan corta memoria como para olvidarse que, en la Colombia de la guerra, en la que reinaba la zozobra y el desconsuelo, el pan de cada día eran los atentados terroristas, las tomas guerrilleras, masacres, secuestros y desplazamientos.

Los ataques a la infraestructura productiva, los paros armados y las extorsiones, verdaderamente minaban cualquier posibilidad de desarrollo. La feroz guerra entre paramilitares, guerrillas y fuerzas de seguridad del Estado, solo dejó niños huérfanos, familias incompletas, violaciones, desolación y muerte.

Así todavía tengamos muchos problemas por resolver, es preciso reconocer que casi todo lo anterior quedó en el pasado. Ahora las vidas de los colombianos corren menos peligro, la guerra se ha venido extinguiendo, al menos en una buena proporción; una buena muestra es que ahora el debate público ha podido trasladarse a otros flagelos como el de los casos de corrupción, la delincuencia urbana y los carteles del narcotráfico.

El acuerdo de paz ha permitido no solo ahorrarse miles de muertos, sino también empezar a construir un país menos inequitativo con la población rural, más justo con las víctimas y más plural para la participación social y política de quienes venían siendo marginados por pensar o actuar diferente al establecimiento.

Evidentemente consolidar la paz en Colombia no será una tarea sencilla; los esfuerzos por reconciliar un país que lleva varias generaciones enfrentado sin duda necesitan tiempo para establecerse y dar frutos. Aunque a quienes no les beneficia la terminación del conflicto quieran agotar ese tiempo de manera precipitada -porque les quita su principal bandera política- e insistan en que el camino debe ser diferente, les corresponde a los ciudadanos reflexionar sobre lo que fue el País hasta hace pocos años y lo que es ahora después del inicio de los diálogos de paz.

En la medida que se acerquen debates electorales habrá muchas banderas agitadas llamando al odio y la polarización y tal vez muy pocas hablando de reconciliación. Esperemos que la sensatez de los colombianos privilegie la defensa de la paz por encima de todo.

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