“Virtudes heroicas del padre Almanza primer paso hacia su beatificación”

COLPRENSA - EL NUEVO DÍA
El Vaticano anunció que reconoce las “virtudes heroicas” en el sacerdote franciscano Rafael Manuel Almansa Riaño, lo cual se constituye en el primer paso en el proceso de beatificación Almansa Riaño, primer bogotano que llega a esa categoría.

De acuerdo con un comunicado de la Conferencia Episcopal de Colombia, la decisión del Papa Francisco “se produjo tras un encuentro con el prefecto de la Congregación para la Causa de los Santos, el cardenal Angelo Amato”.

Desde ahora, al padre Almanza se le considera “venerable” y para que pueda ser beatificado es necesario que El Vaticano apruebe un milagro gracias a su intercesión, y para que sea canonizado es necesario demostrar un segundo milagro.

El Padre Almansa nació el 2 de agosto de 1840 en Bogotá y falleció en la capital colombiana el 27 de junio de 1927. Trabajó con los fieles en Cúcuta, Bucaramanga y fue capellán de la Iglesia de San Diego, en el centro de Bogotá, durante más de 30 años hasta el día de su fallecimiento.

En esa capilla, donde reposan sus restos, se preparan actos especiales para honrar la memoria del famoso sacerdote conocido por sus consejos a los habitantes de todas las clases sociales de la ciudad. Tras su fallecimiento, Concejo Municipal ordenó levantar un monumento de mármol en su tumba situada en el Cementerio Central de la ciudad.

El Banco de la República emitió una estampilla en homenaje de este Siervo de Dios en 1958 en la que aparece su imagen y de fondo la Iglesia de San Diego.

Biografía 

Una de las tantas biografías que se conocen del padre Almanza, es la siguiente:

Rafael Manuel Almanza Riaño (Bogotá, 1840; Bogotá, 1927). Sacerdote franciscano. Hijo legítimo de Ambrosio Almanza y María del Rosario Riaño, nació el 2 de agosto de 1840 en la casa cural de la Iglesia de la Veracruz, templo del que su padre era sacristán, y fue bautizado al día siguiente en la Iglesia de las Nieves.

A los 15 años ingresó al noviciado en el Convento de San Francisco, sucediendo mientras adelantaba sus estudios la orden de exclaustración de los conventos religiosos dictada por Tomás Cipriano de Mosquera en 1861, por lo cual debió abandonar la vida claustral, refugiándose en un principio en Engativá y después en Pamplona (Norte de Santander) donde terminó sus estudios y se ordenó sacerdote el 27 de mayo de 1866, bajo el auspicio del obispo Bonifacio Toscano.

Inició su labor pastoral como coadjutor del párroco de Pamplona y después como párroco de San José de Cúcuta, donde salvó a los niños de una escuela, casi proféticamente, durante el terremoto que arrasó la ciudad en 1875, pues ese día había llevado a los infantes a dar un paseo a las afueras de la ciudad.

A raíz de esta catástrofe se destruyó su parroquia y fue trasladado a Bucaramanga, donde permaneció 6 años como coadjutor de la Iglesia de San Laureano.

En 1881 ingresó nuevamente a la Comunidad Franciscana, pues se había permitido de nuevo la vida monástica en el país.

Más tarde, regresó a Bogotá para la reunión del Capítulo Provincial de los franciscanos, allí fue nombrado capellán de la Iglesia de San Francisco y definidor provincial, en 1895 viajó a Roma para participar del Capítulo General de la Orden Franciscana, tiempo en el cual también visitó los monasterios franceses.

En 1898, por diferencias con el visitador extraordinario, sacerdote Pedro A. Mas, el padre Almanza Riaño dejó de pertenecer jurídicamente a la Orden Franciscana, no obstante, el Arzobispo de Bogotá, Monseñor Bernardo Herrera Restrepo, lo nombró capellán de la Iglesia de San Diego, que aun siendo franciscana, había sido entregada a la Arquidiócesis por el padre Mas, pues éste consideraba que “ése no era ministerio para franciscanos”.

El padre Almanza continuó aquella parroquia por casi 30 años, tiempo durante el cual creció su fama de santidad y tuvieron lugar algunos sucesos interpretados como verdaderos milagros en vida por la comunidad bogotana de todas las clases sociales, entre los cuales el más famoso que se relata es el de la Virgen del Campo.

Se trata de una talla encontrada bajo un puente ubicado a la entrada de la iglesia, sobre el cual se decía que en las noches aparecía un halo misterioso, y que una vez desmontado salió en una sola pieza, develando así la imagen intacta en sus colores de Nuestra Señora del Campo, patrona de la Arquidiócesis de Bogotá, a la cual se le construyó un camerino en la pequeña ermita que celosamente vigiló el padre Almanza.

La noche de su deceso, a las 8:30 de la noche las campanas de la Iglesia de San Diego comenzaron a tocar en toque de difunto, y un gran clamor popular recorrió la ciudad diciendo: “murió el santo, murió el santo”. La noticia estremeció a la pequeña Bogotá de ese entonces, y hasta los bohemios y alcohólicos lloraron la muerte del padre, pues este era al único que se atrevía a confesar sus pecados.

Durante la preparación de su cadáver para ser expuesto y su velorio, la muchedumbre repartió en trozos la ropa que el padre usó en vida para la veneración en casa, a la vez que ponían en sus manos todo tipo de imágenes religiosas.

Crónicas de la época cuentan que era tanta la concurrencia a sus honras fúnebres que una persona podía demorar hasta cinco horas para llegar al sitio donde se exponía su cadáver.

Al padre Almanza se le reconoce la tarea de evangelizar en una de las zonas más complicadas de la ciudad, pues su parroquia se hallaba ubicada entre el pecado, el crimen, la enfermedad y la muerte, pues los edificios colindantes eran el Panóptico Nacional, el Hospicio Psiquiátrico, el cementerio Central y un barrio de bohemios y prostitutas.

El Concejo de Bogotá, por medio del Acuerdo Municipal No.72 de 1927, decidió levantar un monumento en mármol en el lugar donde reposan sus restos mortales. Actualmente se encuentra en curso su proceso de beatificación en la Santa Sede. 

Credito
COLPRENSA

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