Nicolás Gaviria, el joven que el pasado fin de semana humilló y golpeó a unos policías en Bogotá y se convirtió en el blanco de una inédita ola de indignación en Colombia, no es el único colombiano que parece convencido de estar por encima de la ley y el orden social. Es más, él representa un mal que hace rato existe en el país, que afecta a millones de personas y que, con el tiempo, solo ha crecido: la fatal mezcla entre la desconfianza y el irrespeto hacia las autoridades, y la irritabilidad y agresividad de los ciudadanos ante quienes intentan llamarlos a orden.
Mientras el país progresa en algunos aspectos y el Gobierno y las Farc buscan terminar la guerra en La Habana, la sociedad todavía parece padecer de las secuelas de tantos años de violencia e impunidad, de injusticia y corrupción y de vivir en una cultura mafiosa que hizo pensar por mucho tiempo que todo era posible a punta de dinero, poder e intimidaciones. No es exagerado decir que la paz no será posible si el país no logra remediar estas heridas. Y esto no se hace en una mesa de negociación, sino en las ciudades, los pueblos y las familias, y con la ayuda de una voluntad auténtica y generalizada.
Pero lo sucedido en el norte de Bogotá, a la vez, muestra que ya una buena parte de los ciudadanos no está dispuesta a tolerar esos excesos. Y que poco a poco ha ido encontrando dos medios ideales para expresarse: la indignación y el mundo digital. El exalcalde Antanas Mockus dice que la indignación le sirve a una sociedad porque apaga el odio y establece una manera educada de criticar y debatir sin irse a los golpes. Hay sectores de la ciudadanía que ya empiezan a entender la fuerza de esta actitud y que han podido asumirla gracias a que hoy disponen de medios que antes no existían: las cámaras de video de los teléfonos celulares y las redes sociales. Así, el caso de Gaviria deja claro también que en Colombia cada vez más resulta más difícil salirse con las suyas.
EL CONCEJAL. El 13 de octubre de 2013, el concejal de Chía Carlos Martínez protagonizó una persecución de 25 cuadras en sentido contrario y por el carril de TransMilenio en Bogotá. Borracho, casi arrolla a una teniente y tumbó las barricadas de la Escuela Militar de Cadetes. Al final negó todo.
OTRO EXCONCEJAL. El 24 de mayo de 2012, Bassem Mohamed, exmiembro del Concejo de Maicao, se bajó de su carro y dijo a unos policías que había tomado porque iba para un matrimonio. Se negó a la prueba y les dijo: “¡Llame a mi coronel para ver qué es lo que es!”. Al final terminó neutralizado en el piso luego de sacarles su arma.
EL ALCALDE. El 8 de diciembre de 2014, el primer mandatario de Palmar de Varela, Galdino Orozco, negó la prueba de alcohol a la Policía, increpó a los agentes, se fugó del puesto de control y se pasó un peaje sin pagar. Luego se supo que tenía el Soat de su carro vencido.
EL EXSENADOR. El 6 de febrero de 2015, el también exembajador y excandidato a la Alcaldía Carlos Moreno de Caro intentó hacer trampa a las autoridades durante el día sin carro en Bogotá. Cuando lo pillaron, se metió en contravía. Y cuando le pidieron los papeles, gritó: “¡Que venga el general!”.
EL CONGRESISTA. El 13 de mayo de 2012, el senador Eduardo Merlano se negó a mostrar sus papeles en Barranquilla, no se dejó practicar la prueba de alcohol y desafió a los policías diciendo: “¡50.000 personas votaron por mí! ¿Y ustedes me van a faltar el respeto?”.
OTRO CONGRESISTA. El 5 de enero de 2015, el senador guajiro Laureano Acuña no permitió que le hicieran la prueba de alcohol y alzó la voz a los policías. Luego se supo que tenía el pase vencido y varias multas pendientes.
EL HIJO DEL MAGISTRADO. El 22 de octubre de 2014, Luis Miranda, hijo del presidente de la Corte Suprema de Justicia, al parecer golpeó a un policía e intento huir de un CAI en Bogotá.
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