Recintos de café y tertulias que quedaron en el pasado

ARCHIVO - EL NUEVO DÍA
Algunas de las historias recordadas por los ibaguereños que frecuentaban los cafés de la ciudad, son revividas por el historiador Hernando Bonilla Mesa, y el Conde D’Arthaluz, un personaje de la vida real que después de su muerte fue revivido entre las páginas de EL NUEVO DÍA.

Hablar de política, literatura y hasta del prójimo era parte de la vida social de quienes frecuentaban los recintos de café en las generaciones de los años 50 y 60.

Lugares donde solamente ingresaban hombres, y las únicas mujeres que habían, eran las ‘coperas’. Las damas de la ciudad ni se atrevían a mirar hacia la puerta de estos sitios, porque en la época era muy mal visto que una mujer entrar a un café.

Es así como recuerda Hernando Bonilla Mesa algunos de los sitios más frecuentados por los ibaguereños para charlar durante horas, que comenzaron a desaparecer desde los años 70.

“Los recuerdo con mucha nostalgia porque allí uno se encontraba con los amigos y, si había dinero, se tomaba una ‘cervecita’, pero sobre todo el tinto. Había cafés de cafés. Varios eran hasta prostíbulos.

“Después de las 6 de la tarde, ningún lugar era café, se convertían ya en un tomadero de trago. Incluso, ya no se vendía un tinto”, recordó Bonilla.

Los sitios a los que se refiere eran El París, en el parque Murillo Toro, donde hoy existe un lugar de onces. 

Tiene anécdotas como por ejemplo, que para las fiestas se jugaba El Piojo, un juego de dado, y se sacaba la ruleta, que era administrada por ‘Moco Chirle’.

Los políticos y bohemios, visitaban el Café Madrid en los agitados días de la dictadura azul. Se convirtió entonces en el sitio de reunión de los líderes liberales. Se veían personajes como Rafael Caicedo Espinosa o Parga Cortés.

Otros lugares como el Café Pijao, donde llegaron los primeros bolos a Ibagué; el Niza, Nutibara, Grano de Oro, Nataima y Molino. Este último se ubicaba en lo que hoy es el Banco de Occidente.

Tanto El Niza como El París, eran frecuentados por diversas generaciones de estudiantes del colegio San Simón quienes jugaban el arte de la carambola y el ‘Pool’.

Asimismo, frente al Liceo Nacional quedaba Los Cuervos, donde funcionaba una discoteca, bar, restaurante y se presentaban artistas de la época.

La Glorieta y El Triángulo, ubicados cerca al puente del Sena, donde hoy se ubica la estación de gasolina Texaco, también eran lugares de acopio de los ibaguereños.

Uno de los sitios especiales donde los hombres podían llevar a sus mujeres, era el Salón Florida. Allí vendían las mejores empanadas de la ciudad. 

De la misma manera, “llevaban a las damas a la Fuente de Soda, donde quedaba la pizzería que cerraron hace poco en el parque Bolívar, y antes quedaba la Panadería de las Santos”, dijo.

Asimismo, Bonilla recordó los café que fueron peligrosos, “sobre todo, por la cercanía al Ferrocarril. Habían peleas, prostíbulos. De la 15 para abajo estaba El Amazonas, Colombia, Nilo y El Metropolitano”.

Llegando al Parque Andrés López de Galarza, estaba el bar Las Rosas de la Tarde, que también era un ‘tomadero’. 

“Muchos de esos cafés tenían Traga Níquel que hoy ya no existe. El café de siempre, de sociabilidad, se acabó. Hoy la gente va a Juan Valdez, Multicentro, pero en mi época la vida social era en los cafés”, afirmó.

Otro de los personajes que recuerda los cafés en Ibagué es el Conde D’Arthaluz, que en la vida real era Alejandro Vélez Alzate, un personaje que adoptó el seudónimo luego que una compañía de comedia española llegara a la ciudad y lo contratara tras haberle fallado uno de los artistas.

El conde tenía una capa negra para salir a escena, la misma que siguió utilizando luego que la compañía se fue. Con ese mismo nombre participó como corresponsal en el diario El Tiempo hasta sus últimos días. Luego de su muerte, El Nuevo Día apropió su nombre para escribir columnas que narraban la vida de Ibagué en otras épocas.

En el  libro Facetas Ibaguereñas de esta casa editorial, quedaron plasmadas unas de sus memorias, en la que hace referencia a los cafés como una tradición local ineludible en donde la tertulia y la buena conversación fueron “las reinas”.

Los “extinguidos recintos del café”, como los llamaba, existían con diversas especialidades y estaban consagrados a las más particulares ocupaciones. Sus clientelas también eran particulares y no se mezclaban.
Para el Conde D’Arthaluz, “hoy en día la tradición de los cafés y su clientela han tomado el mismo camino que las buenas costumbres, la educación y la honradez”.

Otros lugares que también reunía a los ibaguereños era el Centro Social de Cádiz, que por  más de cuatro décadas estuvo funcionando. Fue creado cuando el matrimonio Levy Hofman arribó a Ibagué proveniente de Palmira. 

Así mismo, por 60 años, La Cigarra, que en sus inicios se llamó El Bodegón, surtió de víveres y abarrotes a gran pare de los residentes de la comuna Dos. El lugar también prestaba los servicios publicitarios de ventas y arriendos. La familia Cleves decidió cerrar el lugar a principios de este año.

Credito
JOHANNA ANDREA VARGAS G.

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