Algunas reflexiones para los ibaguereños

Hace apenas algunas pocas décadas, Ibagué era una pequeña urbe en la que se podía vivir con carencias, pero de modo apacible y sin sobresaltos.

Quienes pensamos en ella como asiento para nuestras familias y lugar en donde podría discurrir la parte esencial de nuestras vidas, lo hicimos creyendo que eran más las ventajas que ofrecía frente a muchas otras ciudades, que sus desventajas. Para entonces su población apenas si había desbordado los 300 mil habitantes; los servicios públicos, aunque defectuosos no eran del todo malos, al igual que los sistemas de educación y de salud.

 

Esas falencias las suplían en exceso su grato clima y el trato que a uno le dispensaba una gente amable y cordial, en un entorno que, frente al desgreño de hoy, no vacilo en llamar mejor, no obstante que por la época la región acababa de salir de un dramático estado de violencia mayor y más generalizado que el que hoy vive el país.

 

Pero la ciudad entró en un paulatino deterioro físico y social, frente al cual sus habitantes no reaccionamos en oportunidad, hasta llegar al caos y desorden que presenta, digno de reseñarse en cualquier antología de lo insólito.

 

Porque ahora su servicio de energía en manos de inversionistas foráneos adquirido con capitales de dudosa procedencia, falla de manera continua y durante horas, afectando las labores que lo requieren y produciendo graves daños en equipos industriales y domésticos, y nada se hace para mejorarlo, mientras las cuentas de cobro inexplicablemente mes a mes se incrementan, sin que los ibaguereños nos apersonemos a buscar una definitiva solución al respecto.Y ni qué decir de sus calles e inconclusas avenidas deterioradas, que producen demoras, desviaciones y trancones.

 

Pero todos callamos, aun aquellos que tienen que padecer el desgaste y los desperfectos mecánicos de sus automotores. Y ¿qué hacemos ante un tráfico “despelotado” donde cada quién se comporta como le viene en gana, sin que nadie eduque, reprima y controle? Ciclas, motos, buses, carros y carretas transitan por andenes o en contravía, pitan, violan semáforos y agreden, todo en presencia de una incompetente y apática Policía que prefiere la comodidad del “no hacer nada”. Igual a lo que sucede con el control a perros callejeros, vendedores ambulantes, raponeros, mendigos y prostitutas, de lo cual se saturó la ciudad, sin que de todo ello podamos culpar de modo exclusivo al ­desempleo o al lamentable estado en que nos sumieron las administraciones pasadas.

 

No podemos resignarnos a vivir en lamentación perpetua, porque la vida tiene que continuar, así sea “sin cinco” como estamos, pero con el deseo de habitar en una mejor ciudad y, por supuesto, más amable, sin esperar a tener “con que”, o que alguien nos traiga “fórmulas” extraídas del magín de foráneos genios.

 

Para ello hay que decidirse a afrontar las dificultades ya, con ganas y con voluntad política, sin aguardar a “una segunda oportunidad sobre la tierra”. Porque no se requiere de gran ingenio y sutil perspicacia para advertir que el desgreño, el bullicio, la ocupación del espacio público y la congestión en la circulación vial en Ibagué, devienen del despelote y la indisciplina de ciudadanos nacidos de la falta de autoridad para resolverlos.

 

Lo que se necesita es gobierno que convoque, llame, invite y lleve a la gente a cambiar de actitud, a mejorar y cuidar lo suyo, su barrio, su andén, su calle, su casa, su entorno; en fin, a colaborar con el mejorestar colectivo. Educación cívica, mucha educación cívica y pérdida del temor a meter en cintura a los remisos, a los que no colaboren, a los desobedientes ciudadanos.

 

Efectuar decididos y eficaces actos de gobierno que generen disciplina social y orden. Eso es lo que se precisa y eso se puede obtener. Gobernar es “imaginación y acción”, lo demás es paja.

Credito
Don Severo

Comentarios