Soledad y melancolía

Agustín Angarita Lezama

En pocos días estaremos en Navidad, fiesta que simboliza el encuentro en familia y el calor de hogar. No obstante, muchos no celebrarán. O si lo hacen, será con el corazón arrugado. El individualismo, el egoísmo, la envidia, la superficialidad y las vanidades que hoy manejan el mundo, sumados al apego a las cosas, la sed de éxito y el espíritu de competencia, han cosechado soledad por doquier.

Hasta los exitosos sufren de soledad. Si bien es cierto que se ven siempre rodeados, muchos de los que revolotean a su alrededor lo hacen por conveniencia personal, no por admiración, respeto ni amistad. Los que no logran el éxito los miran con desprecio. La envidia, a los no exitosos, no les deja ver más allá de su nariz. Cuando les queda oportunidad, hacen todo lo posible para hacer fracasar al exitoso, ya sea haciendo o dejando de hacer. Sienten alegría, no confesada la mayor de las veces, con los fracasos de los demás y está es mayor cuando el traspiés es de exitosos.

Los que fracasan también viven solos. Nadie quiere ser amigo suyo. Al contrario, le temen que se acerque a pedir, aunque sea compasión o conmiseración. La envidia es un sentimiento que carcome almas y empuja a la soledad. Y el modelo excluyente de esta sociedad empeora la situación. En la droga hay centenares de seres humanos a quienes la sociedad les dio la espalda, a los que el reconocimiento nunca les llegó, a los que creyeron que la droga abría puertas para el relacionamiento y la felicidad, a quienes la soledad les lacera el espíritu y empuja al delito.

Esta celebración de fin de año debe permitirnos hacer un alto en el camino y repensar lo que hacemos. Entender que el que labora en lo que no siente ni le gusta, acumula resentimiento, malos resultados y poco a poco soledades… Igual pasa con el estudio. Los que hacen lo que les gusta y le ponen el alma, le ponen todo el empeño y energías, superan dificultades, siembran alegrías, esperanzas y mantienen el corazón limpio y sereno para cultivar amistades y sólidas compañías.

La envidia es el sentimiento mezquino del que quiere lo de los demás, del que no respeta ni valora al otro, del que se supone mejor sin demostrarlo. Con sus ojos cargados de rencor no ve en los demás sino contrincantes, rivales que le quieren arrebatar lo suyo y a los que debe recelar y de los que debe defenderse. La amistad, el amor y el respeto solo nacen desde la confianza, y esta no germina desde el egoísmo ni el afán por competir con los demás.

Un mundo sin confianzas, sin respeto, sin amistades, sin amor, con egoísmo y envidias es un mundo lúgubre, oscuro, frío, áspero y poco halagüeño. Cuentan que Diógenes Laercio se paseaba por los mercados de su ciudad y se reía viendo todas las exuberantes cosas que ofrecían y que él no necesitaba. Y decía que rico no es el que acumula mucho sino el que menos necesita. El que está dispuesto a darse necesita poco…

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