Mi voz amenazada, mi actuar acorralado

Federico Cárdenas Jiménez

Luego de una serie de acciones contra mi integridad física y mental tras haber desarrollado una investigación crucial en un entorno universitario, publiqué este artículo desde el exilio. Hoy se cumple el aniversario de un crimen y las amenazas contra mi vida continúan. Primera entrega.

Hoy cumplo 60 días de silencio. Un silencio obligado, mi voz amenazada, mi actuar acorralado. No sabía lo que era sentirse al borde de la muerte, perseguido: víctima de golpizas, amenazas continuas, secuestro… casi me matan por dirigir exitosamente un proceso preventivo y educativo en uno de los peores escenarios de este tipo en el país; para sorpresa de todos, una universidad estatal.

En una columna de hace unos años en la que yo hacía referencia a los Camad de Bogotá, respondí a un lector acerca de lo que podía entenderse por una olla, ya que él me preguntó justamente que si un Camad era una de ellas. Hablé pues de lo que las caracteriza, de lo que representan, dije entre otras cosas que una olla es un lugar en donde se compra y/o se consumen sustancias psicoactivas, que hay ollas en las que sólo se compra y hay otras en las que se compra y se consume, indistintamente si son a puerta cerrada o al aire libre; sin embargo, más que lugares de compra y consumo, son territorios de negocio, por lo que el entorno de una olla siempre estará bajo un monopolio, generalmente de grupos con poder de control territorial. Vistas de este modo, pensaría uno que las ollas son espacios aislados de los barrios pero no es así, conviven con otros lugares residenciales y comerciales, y son de público conocimiento, así nadie diga nada.

Mi trabajo pues se circunscribió en un contexto en el que efectivamente se consumía y se vendía indiscriminadamente y a la luz pública, cualquier tipo de sustancias psicoactivas; este contexto del que les hablo fue referido por autoridades de índole nacional como una de las peores ollas del país. Un estudio preliminar que realicé en este espacio mostró –entre otros resultados- que de 120 estudiantes que conformaron el grupo de trabajo (42 mujeres y 78 hombres entre los 18 y los 21 años), 96 de ellos consumían para ese momento alguna droga diferente del alcohol y el cigarrillo y de esos 96, 48 eran dependientes, al manifestar por ejemplo que tenían que consumir la sustancia por lo menos dos veces al día.

La sustancia que más se consumía en esta población era la cocaína, seguida de la marihuana, el ácido (LSD), las pepas, hongos, bazuco y la heroína, ésta última con acelerada penetración en la población de estudiantes en forma inyectable (tanto el bazuco como la heroína son dos de las drogas más adictivas y autodestructivas). También hay que decir que las mezclas de todas eran la modalidad más acostumbrada. Me tocó ver, respetados lectores, a jóvenes estudiantes que se inyectaban heroína en las zonas verdes de este lugar, en frente de todo el mundo; que consumían y vendían cualquier clase de droga sin ton ni son; me tocó ser escoltado una vez por estudiantes que, armados con revólveres, me defendieron ante una golpiza que me dieron en mi propia oficina… esto sólo para que tengan ustedes referencias del lugar donde desarrollaba mi trabajo.

En fin, aunque por parte de la comunidad educativa habían expectativas frente al proceso que yo dirigía, en principio eran más las dudas y el pesimismo, pero un trabajo netamente educativo y reflexivo logró hacer lo que no se había podido con controles y campañas ingenuas como las que se hacen en Manizales y de las que siguen convencidos los encargados de tomar las decisiones a este respecto en la ciudad. A tal punto que mi silencio fue el último recurso que utilizaron los controladores del negocio para evitar que se vieran afectados con el proceso en términos de disminución de la demanda.

Mi trabajo fue educativo, es decir, más una apuesta a la reflexión y a la conciencia frente al ejercicio de la libertad, que al control y a la prohibición del consumo; de hecho, nunca garanticé una disminución ni en el consumo ni en la venta ni menos una eliminación de ambos aspectos en la cotidianidad de dicho espacio, por lo que con herramientas reflexivas trabajaría la auto regulación como un punto de llegada y por reflejo, habría mejoras en la convivencia (ya que se habían presentado choques fuertes entre consumidores y no consumidores).

Hoy día, luego de todo este proceso, de ver resultados palpables, estoy convencido que no somos conscientes de nuestro ejercicio de la libertad, que actuamos por reflejo ante la mayoría de las situaciones cotidianas, que muchas de nuestras razones realmente no son nuestras, sino construidas por una sociedad de consumo, que la educación en el ejercicio de la libertad es el punto neurálgico de un proceso de Prevención del Uso y Abuso de Sustancias Psicoactivas y que Manizales necesita dar un giro de 360 grados en este tema.

Hoy día, luego de todo este proceso… las amenazas continúan… (Esperen la segunda entrega)

federic.cj@gmail.com

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