Taksim

Fue la tala de los árboles del parque Gezi en Estambul, para construir un centro comercial, la gota que rebosó la copa de la insatisfacción de los turcos por las presiones del primer ministro Erdogan.

Fue la tala de los árboles del parque Gezi en Estambul, para construir un centro comercial, la gota que rebosó la copa de la insatisfacción de los turcos por las presiones del primer ministro Erdogan. Fue como si, de pronto, ellos entendieran que el régimen intentaba, con pequeñas medidas dosificadas, cambiar la Constitución de su país, parte europeo y parte asiático, para volver al régimen autoritario y fundamentalista de principios de siglo.

Las manifestaciones se llevaron a cabo por varios días en la plaza Taksim, ese bello y mágico lugar de Estambul, donde se desarrolla mucho de la vida joven de la ciudad, con sus cafés, pequeños almacenes de venta de dulces árabes, bares, restaurantes y hoteles. 

Es allí donde los jóvenes se reúnen a departir, y también a protestar, como ha sucedido en el último mes. Esta semana, luego de los violentos desalojos por parte de la policía, por iniciativa de un joven artista, personas de todas las edades han retornado a Taksim, y allí permanecen, sin moverse o contestar preguntas de los periodistas o de la policía, en una forma de resistencia pasiva para oponerse, de pie, mudos, por horas.

Taksim además es el símbolo de la república turca que se creó luego de la guerra de independencia de 1923 liderada por Mustafa Atatürk, primer presidente y líder nacional. La imagen de Atatürk está presente en colegios, restaurantes, oficinas y lugares públicos en Turquía, pues fue él quien modernizó y europeizó ese país con su programa de reformas políticas, económicas y culturales y con base en la separación entre la religión y el Estado. 

Bajo Atatürk se construyeron escuelas, gratis y obligatorias, con la asesoría de John Dewey, pedagogo norteamericano; se abolió la ley religiosa y se prohibieron el fez y el velo de las mujeres quienes se integraron al mundo exterior y, desde entonces, participan en la vida pública de las ciudades en trajes occidentales; se crearon periódicos y se reorganizaron las universidades en un ambiente de igualdad entre los sexos; se abrieron bares y se permitió el uso del alcohol; desde entonces las mujeres pueden votar y divorciarse. 

La situación no es fácil. Por un lado, es difícil ser un país democrático y, a la vez, musulmán. De otro lado, el país está en período preelectoral y Erdogan está apelando a que sus seguidores se manifiesten en las urnas sobre el estilo de país que desean. 

La Unión Europea, por su parte, manifiesta su preocupación por los excesos de la fuerza pública para reprimir las protestas la sociedad civil, en un momento en el que Turquía trata de avanzar en las negociaciones de su adhesión a este grupo de naciones.

Hoy, la protesta se extiende a todo el país, y manifestantes se rebelan contra las medidas del gobierno de Erdogan que favorecen el fundamentalismo como ocurría hasta los años veinte del siglo pasado, y tratan de imponer un estado de vida religioso, el uso de la burka, el control a internet y a los medios, la prohibición del piercing, los tatuajes y del uso del alcohol. 

A las protestas se han unido los trabajadores y asociaciones de profesionales quienes piden libertad, respeto y un modo de vida digno en un país seglar como consta en la Constitución. 

Credito
LUZ ÁNGELA CASTAÑO GONZÁLEZ

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