A repensar las ciudades

A las grandes ciudades colombianas las caracterizan dos situaciones igualmente preocupantes: su crecimiento desbordado y su falta de identidad.

Definitivamente los crecimientos poblacionales que se han experimentado en los últimos lustros, unido a los fenómenos de la desbordante migración, nos permiten observar un incremento poblacional para el cual no estamos preparados. No es sólo el comportamiento de la natalidad, que sigue por encima del 3%, alta en cualquier país, sino esa corriente migratoria que atrae gentes de todas las latitudes y que llegan a demandar vivienda y servicios de toda índole, siendo esos requerimientos muy superiores a las posibilidades de cualquier urbe.

Esta situación hace que las ciudades avancen en medio de una enorme cantidad de problemas, en donde las autoridades encargadas de atender las necesidades, solamente les queda tiempo para encargarse de lo inmediato y no para planificar, para concebir y desarrollar escenarios futuros y para preveer lo que realmente se quiere y se ajusta a los dictados de la lógica y a los requerimientos de lo óptimo y deseable. Lo que hoy vemos, nadie en el pasado lo hubiera querido desear.


Las ciudades que en otros tiempos fueron amables, organizadas y acogedoras, hoy ya no lo son y lo que suele caracterizarlas en los actuales tiempos no es otra cosa que el caos en medio del desconcierto ciudadano y de la incapacidad de atajar el actual estado de cosas, que producen depresión y un estado incontenible de frustración y de impotencia.


Las ciudades colombianas han perdido su identidad, ya no exhiben sus atractivos de otras épocas y los problemas afloran en tal magnitud, que no es posible preservar la calidad de vida de los ciudadanos: el desorden se combina con altos niveles de inseguridad y los espacios amables se pierden definitivamente. Por otro lado, los líderes parecen ser inferiores a sus responsabilidades y a sus retos; el pensar en las próximas generaciones parecer ser una cosa de la literatura o de simples soñadores desubicados. Las propuestas de turno pareen ser fugases destellos de campaña que se pierden en el infinito.


Se requiere un sacudón urgente de la clase dirigente, generar una conciencia que acepte definitivamente que lo que se ha hecho ha sido insuficiente y en muchas ocasiones equivocado; que lo que hay que hacer requiere de esfuerzos muy superiores y que esas energías que se necesitan hay que encontrarlas ya, para que los cambios sean, como decía el Presidente Mitterrand “Aquí y ahora”.

Colprensa

Credito
EDUARDO DURÁN GÓMEZ

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