Un colombiano en Miami

Hermógenes Nagles

En todos los Estados de la Unión Americana, de norte a sur, de oriente a Occidente, pareciera rodarse hoy, de nuevo y a lo vivo la película Pandemia.
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Por efecto directo del Covid-19, su presidente, sufre a ratos delirios de médico bioenergético o quizás de yerbatero o espiritista, por eso un día a las cinco de la tarde llama por su speaker al vocero de prensa de la Casa Blanca y le dice que quiere darle a su pueblo una recomendación importante. Le encienden cámaras y con cara revestida de dureza y chasqueando sus afilados dientes blancos, que rastrilla una y otra vez en su bocota tan grande como su cuerpo, recita casi a gritos: “Oigan este secreto que me lo acaba de dictar mi séptimo sentido. Para que se curen de una vez por siempre del Coronavirus háganse inyectar desinfectantes o tómense varios vasos de cloro puro, una en la mañana y otro en la noche”.

A la mañana siguiente el New York Times titula a primera página: “200 intoxicados, 10 muertos por consumir alta dosis de desinfectantes. Siguieron el consejo de Trump, declaran sus familiares. Se anuncian demandas”.

“Tronco de animal” _ exclamó un televidente de Fox news, oriundo de Barranquilla- Colombia. “Desde que lo vi lo imaginé ignorante, por eso no voté por él. Pero ese hombre está desquiciado por completo” _ comentó el afamado escritor Jaime Bayle ante su millonaria audiencia de las 9 y 30 de la noche en su columna de Mega Tv.

Las secretarías del presidente dejaron filtrar confesiones preocupantes: el hombre más importante del mundo no habla con nadie, vocifera con las pareces, le pega puños al escritorio, da patadas a la silla presidencial.

“Eso sí les puedo asegurar que no tiene Coronavirus_ hacen la salvedad__ porque el doctor cada día, muy temprano, se hace tomar la temperatura corporal y siempre está normal. Está OK, en sus 37 grados”.

El asesor de salud de la Casa Blanca, un laureado científico y epidemiólogo, contratado exclusivamente para hacer frente a la pandemia está que arde de rabia contra Trump porque este lo cita a su oficina, pero cuando lo anuncian, se niega a recibirlo. Lo hace sentar largas horas en un sillón negro muy abollonado. El afamado médico dice que no aguanta más ese humillante trato: yo podría estar prestándole un mejor servicio a la humanidad, no perdiendo mi tiempo, haciéndole antesala a mi jefe.

El presidente también está enfurecido, porque la prensa lo acusa de bruto y salvaje. Ese fue el puntillazo final, el increíble harakiri que el mismo se infligió en esta, su campaña, de reelección presidencial. Los demócratas están felices, se frotan las manos, Hillary sonríe sonríe a Byden, Byden a Obama.

El fin de semana anterior el presidente durmió mal. despertó musitando; Salgan todos a trabajar. Hay que trabajar, hay que producir más. Yo no puedo perder las elecciones. Que comiencen las actividades en todos los Estados. Pide reunión por zoom urgente con los 54 gobernadores. La mitad le dice: No señor Presidente. La otra no sabe qué hacer, no se decide. Piden estadísticas de los catastróficos efectos de la propagación del coronavirus estado por estado, ciudad por ciudad. El tablero que refleja los resultados de la enfermedad también está loco de remate, igual que el presidente de los Estados Unidos, ayer revelaba que el número de infectados y de muertos por día, había bajado, decrecía.

“Se está aplanando la curva”: Interpretaron los gobernadores. Al rato, antes del anochecer el resultado fue bien distinto: mil muertos más en Nueva York, 400 más en la Florida. Dos millones de infectados.

Ese mismo anochecer del domingo, los alcaldes decidieron reabrir los parques y las playas contiguas porque argumentan no pueden soportar un día más los insultos de la gente vía online. En cuestión de segundo hordas humanas, millones de familias, con niños, con ancianos, derrumban las barandas instaladas alrededor de las playas y se lanzan con desespero, con locura a las aguas del mar azul infestado de tiburones, seguros que de allí sanarán su mal de coronavirus.

HERMÓGENES NAGLES

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