Un colombiano en Miami

Hermógenes Nagles

Las masivas manifestaciones populares del pueblo americano, protagonizadas en las últimas horas en Washington, Nueva York, Los Ángeles, Minneapolis y Miami, no pueden ser catalogadas, exclusivamente, como un rechazo y repudio a la odiosa discriminación racial que, de por sí, ya es cosa superada en estos tiempos del Coronavirus.
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Viendo las imágenes en cámara lenta, este crucial momento de caos, revueltas y represión policial, se llega a la conclusión de que ésta es una gran protesta y oleada social que simboliza el grado de decepción y desesperación de los estadounidenses por las salvajadas, mentiras, despotismo metidas de pata y de lengua del multimillonario Trump. También es prueba, irrefutable, de que aquí en los Estados Unidos a los presidentes se les aplica con mayor rigor el reconteo inexorable del paso del tiempo y del cuarto de hora en el poder. Cuando su mandato está por terminar el pueblo pueblo les voltea la espalda y les pide que se vayan pronto, cuanto antes mejor.

Al igual que ocurre en Colombia o Venezuela, los americanos gustan de los plantones y de los cacerolazos para expresar su oposición. Trump que todo lo compra y todo lo manipula no puede creer que millones de personas hayan salido a las calles, durante una semana entera, a desafiar a su gobierno, máxime cuando acababa de gastarse 65 billones de dólares haciendo llegar cheques estampados con su firma. Cada uno fue girado por la módica suma de 1.200 dólares. Trump fue fiel a su promesa de darle un estímulo económico a cada familia americana o migrante con estatus legal por haber soportado, pacientemente, la cuarentena del Coronavirus.

El día que firmó los cheques al Tesoro de los Estados Unidos, Trump le dijo a Republicanos y Demócratas, casi en lenguaje coloquial, “ahí les mando una ayudita para que su gente haga mercado, pague las cuentas de luz y agua y no se deje colgar en las cuotas del arriendo o de amortización de sus casas”.

Además de esta primera donación oficial el buenazo de Trump ya había parado, por orden federal, los procesos de cobros judiciales y los lanzamientos que pesaban sobre inquilinos y propietarios morosos que cursaban en las Cortes de distintos Estados. Bajo esa medida excepcional los bancos y corporaciones crediticias tuvieron que congelar sus cobros entre marzo y mayo de 2020. Su gobierno, el más previsivo de la historia, ya había desembolsado miles de préstamos por cuantías de 10 mil y hasta 50 mil dólares sin intereses comerciales a pequeñas, medianas y grandes empresas para evitar que estas entraran en irremediable bancarrota, so pretexto del Coronavirus. Mejor dicho, si Avianca, Andrés Carne de Res o la papelería la 14 hubiesen sido compañías americanas nunca habían tenido que preocuparse de pagar sus nóminas y demás gastos de cuarentena porque esa otra ayudota les llegaba de seguro, sin papeleos ni fiadores. En esta pandemia de Coronavirus todo el mundo se ganó la lotería sin comprarla, gracias al generoso Trump.

Por este y otros cabezazos olímpicos de exención de impuestos y de mano blanda con el empresariado, el magnánimo Trump venía disparado, listo a derrotar al contrincante que le pusieran en la próxima reelección presidencial. Aparte de repartir billete, a diestra y siniestra, Trump contaba con la más alta calificación como presidente por su eficiente manejo de la economía y por haber bajado a un dígito el índice de desempleo. Nadie como Trump había tenido en el último siglo una imagen de tan alta favorabilidad en los meses finales de su gobierno. Pero apareció el canceroso virus maligno del Covid 19 y lo echó a perder todo. Fue un gigantesco tsunami el que le mandaron los chinos a Trump.

La brutal pena de muerte aplicada por el policía blanco, Dereck Chauvin al afroamericano, George Floyd en Minneapolis, acabo de tirar a Trump a la lona. Desde ese día los Demócratas ríen al verlo desgoncijado en el suelo contándole 1, 2 3. Pero Trump ya no se para ni nadie le presta atención. Su historia se parece a la de tanto capo colombiano, llámese Pablo Escobar o Gilberto Rodríguez que gastaron fortunas regalando casas y plata a cuanto vivo se le acercaba y finalmente se quedaron sin amigos y sin familia.

El grave incidente del moribundo Floyd fue la última cena servida en el gobierno de Trump. Es increíble que ese episodio policiaco en el que resultaron inmiscuidos, como en una película de acción, cuatro sanguinarios policías y un vagabundo hombre de color acabaran con la fugaz carrera política del presidente más aplaudido, más excéntrico y más odiado de los Estados Unidos. Como este también puede ser el guión de una próxima película de Netflix no sería raro que el Papa Francisco venga un día de estos a la Casa Blanca a ponerle los Santos Óleos al agonizante mandato del presidente Trump.

EL NUEVO DÍA

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