Un colombiano en Miami

Hermógenes Nagles

El 4 de Julio, el Día de la Independencia de los Estados Unidos, la que fuera hasta antes del Coronavirus la fecha más importante de celebración del año en la Unión Americana, pasó sin pena ni gloria. Fue un día tétrico, con pesadumbre de muerte.
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Parecía como si Miami y el resto de las ciudades de la Florida acabaran de ser asoladas por el peor terremoto. Faltaba solamente el hedor de cadáveres como se percibía en el campo santo de la ciudad de Armero en 1985 o en la hidalga Popayán sacudida por un temblor de tierra que la semi destruyó y dejó miles de víctimas en una Semana Santa.

Antes del Coronavirus en los Estados Unidos el 4 de julio era día de carnaval y de éxtasis ciudadano. Desde muy temprano las familias se reunían en los parques y degustaban un picnic o un asado. Después se trasladaban masivamente a la playa y sobre muelles y puertos y marinas bailaban y tomaban licor mientras que del espejo del agua del mar salían fogonazos de morteros y el cielo se llenaba de explosiones continuas de pólvora con estrellas e iluminaciones fantásticas. Los fuegos artificiales eran explosiones de figuras y colores que contenían la respiración.

Este 4 de julio todo el mundo se quedó guardado en casa. Los alcaldes de Miami, de Fort Lauderdale, de Orlando Florida por recomendación del Centro de Control y prevención de enfermedades decretaron de nuevo el toque de queda y cancelaron toda programación.

Odiado por los Demócratas, aborrecido por los afroamericanos, débil en las encuestas como posible huésped de la Casa Blanca a partir del 2021, el presidente Trump se fue a Dakota del Sur, al Monte Rushmore a hablarle al oído de las figuras rocosas de los paladines de la democracia americana, George Washington, Thomas Jefferson, Teddy Roosevelt y Abraham Lincoln. Loco, descoordinado, vacilante, dijo mirando a los monumentos, en tono de discurso que “se comprometía a acabar con la memoria histórica de la nación”. Ni los periodistas que lo acompañaban, ni su esposa Melania, ni su hija Ivanka lo encontraron cuerdo, pero lo aplaudieron.  Algunos diarios y agencias de prensa titularon enseguida que Trump había anunciado en el 245 aniversario de la independencia de los Estados Unidos que estaba muy preocupado porque advertía el ascenso de un nuevo fascismo de extrema izquierda. Loco de remate siguió mirando obsesivamente las estatuas de los héroes americanos y a cada una de estos le hizo una confesión, lloriqueando como un adolescente: “ellos intentan retirar sus efígies, presidente Washington, presidente Roosevelt, presidente Lincoln, presidente Jefferson. En las escuelas, en las redacciones de los medios, en las salas de junta de las empresas, existe un nuevo fascismo de extrema izquierda que exige lealtad absoluta. Si no hablas su idioma, sino acata sus rituales, recitas sus lemas y obedeces sus mandamientos, serás censurado, desterrado, incluido en la lista negra, perseguido y castigado. Eso no va a suceder”.

“No sucederá contigo”, le interrumpió uno de los presentes. Y Trump le gritó desde el pódium presidencial: Tienes razón”.

Después del discurso de Trump en el Día de la independencia de los Estados Unidos lo que la gente se pregunta, muy inquieta de veraz, es por qué razón el presidente no hizo alusión al obligado tema de la pandemia. De esto no dijo ni mu, no porque tuviera puesto el tapaboca, que esta vez tampoco lo usó, sino por la gravedad de la situación que hoy se vive ante el alarmante crecimiento y propagación del virus. Poco a poco, tal como lo vaticinó en la última semana el doctor Fauci, el epidemiólogo de la Casa Blanca, antes de diciembre el número de contagiados por coronavirus alcanzará la increíble cifra de cien mil por día. Por ahora el tablero del control de la pandemia tiene temblando a Miami y a toda la Florida: de los 55 mil nuevos casos que se reportan cada 24 horas en los Estados Unidos, 10 mil son residentes de Miami.  

 

HERMOGENES NAGLES

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