Enseñanzas por el reconocimiento de un asesinato

Ismael Molina

El sorpresivo anuncio realizado por el antiguo secretariado de las Farc-EP, reconociendo el asesinato de Álvaro Gómez Hurtado, Jesús Antonio Bejarano, Fernando Landazábal Reyes y de otros, ha sacudido la opinión política colombiana, sobre todo respecto al silencio que ésta organización había mantenido sobre el asesinato de Álvaro Gómez, tanto por el momento en que ocurrió, como en los efectos que generó entre los sectores dirigentes del país.
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Dos preguntas nacen de esta confesión: ¿Por qué la realizan sólo ahora y, en segundo lugar, cuáles fueron las razones que tuvo ese grupo guerrillero para atentar contra Gómez Hurtado? La explicación que dan y que la vinculan con la necesidad de aportar en la verdad del conflicto armado que ha soportado el país, es solo una parte de la explicación. Pero el resto es menos amable. Todo indica que las Farc-EP, en su conjunto, tanto los que se han acogido al proceso de paz como los disidentes habían acordado guardar silencio sobre el asunto, por considerar que tal situación no había sido un error político, sino también una estupidez histórica.

Ante las contradicciones internas que hoy existen entre los antiguos integrantes de la guerrilla, aquellos que se han acogido se vieron presionados a reconocer el asesinato ante el chantaje de los disidentes que los amenazaron con contar la verdad para que los primeros, Timochenko y compañía, perdieran los beneficios derivados del Acuerdo de Paz, o alternativamente que volvieran a las armas. Frente a tales opciones, decidieron asumir la vergonzosa responsabilidad de una estupidez histórica antes que tenerla que pagarla en un largo y tortuoso proceso que terminaría en una condena de 20 o más años de cárcel.

Para explicar las razones del asesinato, tenemos que hacer un poco de historia. Álvaro Gómez, llegó al Senado de la República en el período 1962 a 1966 y en tal calidad, introdujo en el discurso político nacional el concepto de “Repúblicas Independientes”, identificándolas con los territorios donde el Estado Nacional había perdido su capacidad de imponer la soberanía, que era mantenida por grupos y organizaciones sociales que respondían a otras lógicas políticas, particularmente a formas incipientes de producción comunitaria.

Tales “Repúblicas Independientes” fueron Marquetalia, Riochiquito, El Pato y Guayabero, que sucumbieron como efecto de bombardeos realizados por el Ejército Colombiano, con el acompañamiento de los Estados Unidos de América en 1964. Producto de tal acción militar, nacieron las Farc en el corregimiento de Marquetalia, del municipio de Planadas. El instigador político de los bombardeos fue el joven senador Álvaro Gómez, que fue identificado por las guerrillas como “un enemigo de clase y un objetivo militar de alto valor político”.

Lo triste es que ese odio de clase de la guerrilla se concreta 31 años después, el 2 de noviembre de 1995, bajo la lógica perversa que la muerte de Gómez Hurtado, debería ahondar las contradicciones en la clase dirigente del país, en un momento histórico donde el Gobierno nacional de la época, había perdido el consenso para gobernar y la guerrilla se sentía en un fuerte proceso de fortalecimiento. En ese momento, el aguerrido senador del pasado, había dado pasos adelante convirtiéndose en un decidido defensor de la ética política y la democracia garantista aprobada en la Constitución Política de 1991, de la cual fue coautor en calidad de copresidente de la Asamblea Constituyente del mismo año. Las contradicciones en las clases dirigentes se intensificaron, pero al costo de que el hombre que desde posiciones de derecha republicana, defendía la ética política y la sana confrontación de ideas y conceptos sobre el manejo del Estado, fuera eliminado. El asesinato de Gómez Hurtado no fue un error político, fue una gran estupidez, pues eliminó la opción para construir el bloque histórico que se necesitaba para hacer de Colombia un país viable y en paz. Él lo llamó, la “necesidad de hacer un acuerdo sobre lo fundamental”. Hasta las Farc-EP, llegaron a esa conclusión y decidieron callar su responsabilidad, pues no les aportaba sino un mayor descrédito ante los ojos de todas las fuerzas políticas y sociales de Colombia.

Saquemos las enseñanzas de su propia brutalidad. La eliminación de los enemigos de ayer no ayuda a construir el futuro que deseamos, solo la verdad y la reconciliación son las bases de una paz estable y duradera y esa sigue siendo la única vía para construir la nación donde todos quepamos como ciudadanos. El odio sólo genera violencia y sólo un pacto social sobre lo fundamental generará la nación que todos soñamos.  

ISMAEL A. MOLINA GIRALDO

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