¿Cómo saber? Cualquier parecido con la realidad...

María Yolanda Jaramillo G.

En una vereda vivía un labrador con su hijo. Su única posesión, aparte de la tierra y la pequeña casa de paja, era un caballo que había heredado de su padre.

Un buen día el animal se escapó, dejando al hombre sin con qué labrar. Sus vecinos acudieron a su casa para solidarizarse con lo que, según ellos, había sido una “desgracia”. Él les agradeció la visita, pero les preguntó:

¿Cómo pueden saber que lo que ocurrió ha sido una “desgracia” en mi vida?

Alguien comentó en voz baja con un amigo: “él no quiere aceptar la realidad”. Y los vecinos se marcharon, fingiendo estar de acuerdo con lo que habían escuchado.

Una semana después, el caballo retornó al establo, pero no venía solo: traía una hermosa yegua como compañía.

Los vecinos, alborozados porque sólo ahora entendían la respuesta que el hombre les había dado, retornaron a casa del labrador para felicitarlo por la “bendición” recibida.

¿Cómo pueden saber que lo que ocurrió es una “bendición” en mi vida?, les cuestionó de nuevo el labriego.

Desconcertados y pensando que el hombre se estaba volviendo loco, los vecinos se marcharon, comentando por el camino: “¿será posible que no entienda que Dios le ha enviado un regalo?

Pasado un mes, el hijo del labrador decidió domesticar a la yegua. Pero el animal saltó de una manera inesperada y el muchacho tuvo una mala caída, rompiéndose una pierna.

Los vecinos retornaron a la casa del labrador y le dijeron que estaban muy “tristes” por lo que había sucedido con el muchacho.

El hombre agradeció por la visita y el cariño; sin embargo, volvió y les preguntó:

¿Cómo pueden saber si lo ocurrido ha sido algo “triste” en mi vida?

Esta frase dejó a todos estupefactos, puesto que nadie puede tener la menor duda de que un accidente con un hijo es una verdadera tristeza.

Transcurrieron algunos meses y se desató la guerra en el país. El Ejército recorrió todo el país en busca de jóvenes saludables para ser enviados al frente de batalla. Al llegar a la vereda, reclutaron a todos, excepto al hijo del labrador, que estaba con la pierna rota.

‘Ninguno de los muchachos que se enfilaron’, retornó vivo. En cambio, el hijo del labrador se recuperó, los dos animales dieron crías que fueron vendidas y rindieron un buen dinero.

El labrador pasó a visitar a sus vecinos para consolarlos y ayudarlos, ya que se habían mostrado solidarios con él en todos los momentos.

Siempre que alguno de ellos se quejaba, el labrador decía: ¿Cómo sabe si esto es una “desgracia”?

Si alguien se alegraba mucho, él preguntaba: ¿cómo sabe si eso es una “bendición”?

Y los hombres de aquel corregimiento entendieron que, más allá de las apariencias, la vida tiene significados, que muchas veces no conocemos. Fuente: El Tiempo - 2010

Comentarios