La luz de los mártires

Santiago Martin

Las celebraciones de Semana Santa han desplazado la actualidad hacia los grandes misterios de la muerte y resurrección del Señor. Pero, mientras los celebrábamos, han ocurrido otras cosas. El incendio de la catedral de Notre Dame, en París, y, sobre todo, las matanzas de católicos en Sri Lanka, a manos de musulmanes.

Lo de París, aunque la causa del fuego está todavía sin determinar, no parece debido a ningún acto intencional. No ha ocurrido lo mismo con otros incendios que han afectado y afectan a otros templos católicos en Francia, como por ejemplo el de la famosa iglesia de San Sulpicio. El arzobispo de París, monseñor Aupetit, acaba de recordar que se producen tres atentados semanales contra templos católicos en ese país. Esos atentados pasan prácticamente desapercibidos y son acogidos con indiferencia por el pueblo francés en general, quizá porque los responsables son militantes de ese secularismo que se dice tolerante pero que es tremendamente agresivo y violento. Una indiferencia que el prelado parisino reprochó en especial al presidente Macron, al que recriminó que, con motivo del incendio de Notre Dame, no hubiera tenido una palabra de condolencia hacia los católicos, lo cual no hubiera sucedido, dijo el arzobispo, si el templo incendiado hubiera sido una sinagoga o una mezquita. De hecho, si los ataques contra templos católicos tuvieran lugar contra edificios de esas dos religiones, sobre todo el Islam, la alarma en el país sería enorme y la movilización masiva, pero cuando son los católicos las víctimas no pasa nada o casi nada.

Peor aún es lo de Sri Lanka, o lo de Nigeria. Aunque la matanza en la isla asiática ha sido tan cruel que a los medios de comunicación no les ha quedado más remedio que hacerse eco de ella -no sucede lo mismo cuando los muertos son negros africanos, aunque sean muchas más las víctimas-, todos han tenido un cuidado exquisito en no culpar al islam de los atentados, insistiendo en que se trata de elementos radicales dentro de esa religión. Esto es verdad, lo mismo que es verdad que la inmensa mayoría de los musulmanes rechaza la violencia. Pero también es verdad que hay un sector de fieles de esa creencia que no sólo no la rechaza, sino que la aplaude, aunque no la ejecute. El que ese sector sea minoritario no deja de restarle importancia. En el islam no hay una autoridad equivalente a la que ejerce el Papa en los católicos, y la mayoría de sus dirigentes se han manifestado abiertamente contra el terrorismo, pero precisamente por eso el problema es más grave, puesto que el descontrol de la minoría violenta es sumamente peligroso.

En cualquier caso, los mártires están ahí. Y no sólo están porque no les quedará más remedio, sino que, los supervivientes, siguen fieles a su fe católica aun sabiendo que se juegan la vida, como se la han jugado los que ya han muerto a manos de los musulmanes. Es su ejemplo el que nos estimula a todos, el que debe servirnos de referencia a la hora de plantearnos nuestra forma de seguir a Cristo. El Papa Benedicto, en su reciente e importantísimo documento sobre las causas de la crisis de la Iglesia, decía que el martirio debe estar siempre en el horizonte del católico, como algo a aceptar antes que traicionar al Señor. Para algunos, en Sri Lanka o en Nigeria, no es una hipótesis de trabajo, sino una realidad con la que conviven cada día. Su ejemplo debe llenarnos de valor y servirnos de guía.

Fundador Franciscanos de Maria

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