Sabiduría perdida

Polidoro Villa Hernández

Hablando de ingratitud hacia nuestros antepasados indígenas, si alguien dice tener la conciencia limpia es porque tiene pésima memoria.
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Todos manejamos lagunas selectivas: es más noticia saber que un nefasto 9 de agosto alguien atomizó Nagasaki, a que hoy conmemoramos el Día Internacional de los Pueblos Indígenas. Acto de mea culpa por unos grupos humanos que hemos marginado sin valorar su organización social, su elaborada cultura, su espiritual forma de interactuar con el entorno, la sabiduría que irradia su experiencia milenaria, y su respetuoso amor por la naturaleza. La antítesis de la ‘civilización’ y globalización depredadoras, por cuyo actuar hoy el planeta nos pasa cuenta de cobro.

Un antropólogo fue comisionado para visitar la tribu de los Muiri Muinane en la Amazonía, con el objetivo de recomendar la forma de ‘ayudar’ a los desnudos indios. Al regresar tras un tiempo de convivir con ellos concluyó: “No necesitan nada. Son ellos los que pueden ayudarnos y enseñarnos”. El taparrabo da más sapiencia que el esmoquin. En Colombia existen 115 pueblos indígenas nativos con una población de 1.9 millones personas. Pero ya no recuperaremos el acervo de experiencias y prácticas que los hizo vivir a plenitud tantos siglos y entregar el continente intacto a los conquistadores.

Es visible que a los originarios dueños de América hoy se les mira con indiferencia, cuando no con desprecio al mendigar una moneda en las calles. Pero sus antepasados con sólo quipus, sin regla de cálculo, ni AutoCAD, desarrollaron una arquitectura y escultura monumentales, construyeron espacios ceremoniales y urbanos ornados con complejas y admirables manifestaciones artísticas. Hoy, para minimizar su esfuerzo, se dice que los alienígenas vinieron a ayudarles.

Sin burocracia y sin fronteras, armaron una sociedad jerarquizada; imaginaron una compleja cosmovisión para entender su mundo; descubrieron la astronomía y utilizaron sus observaciones; ligados a los fenómenos naturales generaron sus dioses, que luego la cruz y la espada les arrebataron; crearon una admirable orfebrería; administraron una agricultura sostenible que no arrasaba bosques ni esterilizaba la Pachamama, la Madre Tierra, la venerada razón de su existencia.  

Y qué admirable la medicina tradicional de los pueblos indígenas que manejada por los chamanes curaba a la tribu. No fue casual que los célebres botánicos que nos visitaron –y que aún llegan- busquen el veneno de las flechas para fabricar relajantes musculares para cirugías, o plantas para elaborar medicamentos que luego nos devuelven con patentes blindadas, en empaques elaborados, con nombres científicos y precios de primer mundo.

Deberíamos reverenciar la inteligencia y grandeza de nuestros ancestros americanos, que dejaron estas sabias lecciones a nuestros líderes actuales: “Un buen jefe da, no toma”, Tribu Mohawk; “Cuando el hombre se aleja de la naturaleza, su corazón se endurece”, Tribu Lakota.

POLIDORO VILLA HERNÁNDEZ

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