La guerra como parte del paisaje cotidiano

Hernando Salazar Palacios

Los colombianos –y sobre todo los tolimenses- nos hemos acostumbrado tanto a la guerra, que el conflicto armado se volvió una parte del paisaje cotidiano, aunque de vez en cuando nos estremezcamos con oleadas de violencia, como la de estos días en que las Farc están ensañadas contra la infraestructura petrolera y energética.

Cuando yo era un niño, en los años 60 del siglo pasado, iba casi todas las semanas a caballo con mi papá a una finca que él tenía en el cañón del Combeima, en una vereda llamada El Corazón. A medida que avanzábamos por las trochas y subíamos la montaña, él me iba contando las historias de los bandoleros que anduvieron en esa zona. Siempre pasábamos por un sitio donde todavía estaban los cimientos de una casa de madera, que había sido literalmente perforada a bala, cuando el Ejército mató a un conocido bandolero y a cuatro de sus compinches.

En una oportunidad mi padre me contó que un día él iba por el mismo camino que recorríamos hacia la finca, cuando de repente llegó muy angustiado uno de sus trabajadores a decirle que se devolviera rápido para Ibagué, porque un grupo de bandoleros lo estaba esperando.

También le oído a mi papá los relatos acerca de La Violencia en Anaime, a finales de los años 40, cuando él tenía una fonda en la zona de El Cajón, estaba recién casado y en más de una oportunidad fueron con intenciones de matarlo por ser del Partido Liberal. Mi primer hermano nació enfermo del corazón y murió al poco tiempo. Después, La Violencia desplazó a mis padres hacia Ibagué, donde tuvieron que empezar de cero.

Desde cuando yo era un niño, la guerra ha estado ahí, en los recuerdos familiares y en la realidad de todos los días, que a veces vemos más lejos o cerca.

En el libro La historia de las guerras, el exministro Rafael Pardo recuerda que, después de proclamar su independencia de España, Colombia tuvo 11 guerras civiles en el siglo XIX, que dejaron más de 32 mil muertos.

El país empezó el siglo XX en medio de la horrible Guerra de los Mil Días, que duró 1.130 días y dejó aproximadamente 100 mil muertos, cuando Colombia apenas tenía 3.5 millones de habitantes.

Luego vino una etapa relativamente calmada de tres décadas y, nuevamente, surgieron los conflictos armados en los años 30, después llegó La Violencia de los 40 y los 50 –que dejó 300 mil muertos-, que se complementó con el surgimiento de las Farc y el ELN en los años 60, y el nacimiento de los paramilitares en los 80.

El viernes pasado el presidente Santos se quejaba en Europa de lo difícil que es explicarle a la gente qué se ha acordado en La Habana con las Farc, mientras esta guerrilla anda alborotada diciéndonos a todos que ahí está y que es capaz de hacer todo tipo de daños.

En Colombia hemos vivido tanto tiempo en medio de la violencia, que a veces hablar de paz parecería ser una especie de ideal inalcanzable.

Y esa es la gran perversidad del conflicto armado: que nos ha quitado el sueño y nos ha frustrado la aspiración de vivir en medio de nuestras diferencias, sin necesidad de matarnos por cualquier cosa.

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