¿Sabemos dónde estamos?

Con razón hoy en día uno le pregunta a un chico quién fue Darío Echandía y lo menos que responde es que una plazoleta. O si el requerimiento es sobre Alberto Castilla, que una sala de conciertos. O de Tulio Varón, un colegio o un barrio. Y pare de contar.

No tiene la más remota idea de quiénes le dieron forma a este piso que pisamos y, lo más grave, no le importa lo más mínimo quiénes hayan sido.

Y, claro, uno siente vergüenza por tanta ignorancia y despotrica por la falta de sentido de pertenencia de los ciudadanos porque parece que les importa un rábano la historia del suelo que pisamos y, en general, el pasado que permitió que ahora recorramos las calles sin saber quién moldeó nuestro presente.


¿Por qué no les enseñan estos conocimientos? ¿Son, acaso, los profesores lo que no tienen interés en hacerlo?


La realidad es otra. Resulta que nuestros dirigentes 'tan preocupados por nuestras vidas nuestros dirigentes', hace algunos años reformaron la educación y eliminaron del pensum escolar materias tan importantes como la historia, con la pretensión de formar los profesionales que necesita el país productivo.


Pero, claro, unos profesionales que sepan producir pero que no piensen, no cuestionen, sean sumisos y obedientes, grandes cerebros en lo técnico y unas bestias en sentimientos humanos.


Nuestros dirigentes saben que personas que piensen no tragan entero, como lo creía el que fuera presidente y ahora vomita amargura a través de su twitter, es apátrida y lo aplauden, se ha burlado del país y lo ensalzan.


A estos personajes no les interesa la educación más allá de ser un negocio muy rentable.


Para volver a encausarnos en el conocimiento de nuestra historia es necesario reformar la educación básica. Y esta recuperación de la noción de lo propio no es tarea fácil y tal vez, como aconteció con el olvido que hoy nos preocupa, se requieran dos generaciones para que los colombianos seamos conscientes de lo que somos.


Si dos décadas fueron suficientes para borrar el pasado de nuestras comunidades, dos décadas se tomará el regreso al conocimiento crítico de nuestras raíces, pues no se trata de volver a ser lo que fuimos sino ser otros a partir del balance de nuestro origen con lo que ahora tenemos.


Y es una tarea que debe empezar desde el núcleo familiar.

Soñar no cuesta nada, por supuesto, pero es inadmisible que sigamos ignorando nuestra historia y repitiendo los errores del pasado por falta de conocimiento.

Con la misma contundencia con que el gobierno trató de imponer la reforma a la Educación Superior, debería transformar la Educación Básica para formar ciudadanos creativos y con vocación humana.

Credito
BENHUR SÁNCHEZ SUÁREZ

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