Juego limpio con Wilder

Desde muy temprana edad ha estado haciéndole gambetas a la vida, rápidos desplazamientos en el área de candela y cambios de costado para desequilibrar al enemigo y celebrar con entusiasmo el destino final de ese balón que lo ha redimido de la perdición total.

Sin embargo, el conciliábulo de los nuevos torquemadas se ha atravesado en su camino para enrostrarle su adicción y hasta castigarlo doblemente por la misma falta.

Se llama Wilder, un nombre de origen irlandés que significa: “persona inquieta, traviesa, que no sabe de negativas en su vida y no conoce la palabra derrota”; sin embargo, sus enemigos, hipócritas defensores de la doble moral de la sociedad, paladines protectores de la vida a costa de la perdición humana, no le perdonan que sus habilidosas piernas hayan dejado atrás la miseria de una  infancia que osciló entre el delito y el vicio y ahora luche por convertirse en ídolo.

Wilder hace parte de los 450 mil colombianos que sufre la tortura de verse atrapado en las redes del consumo y, aunque ha intentado vulnerar la valla de este enemigo, no ha podido marcarle los goles definitivos al vicio, porque el contexto  socio económico y cultural donde interactúa, a manera de ágil portero, ha logrado achicarle el ángulo de la rehabilitación total y en cambio, le ha entregado el castigo como único antídoto contra esta enfermedad social.

Todos nos hemos alineado contra los esfuerzos de Wilder por sacar avante el partido de su vida. Por acción u omisión nos hemos quedado en la tribuna exigiéndole velocidad y contundencia en sus contragolpes, pero nada se ha hecho por acompañarlo en su solitaria correría por dejar atrás la ansiedad y el desasosiego de un cuerpo que le pide cannabis y una voluntad quebradiza que lo abandona en el gramado solitario de su suerte.

Los empresarios del futbol, preocupados por la productividad y olvidados del ser humano, le negaron en el pasado la oportuna ayuda profesional y  la orientación necesaria, solo lo amaestraron para hacerle goles a los equipos contrarios, pero se olvidaron de que en el partido de la vida, también hay que marcarle al destino.

Los fariseos de la dirigencia del futbol colombiano esgrimen  ahora la zancadilla del reglamento, le dan el empujón de la norma y clavan en su cuerpo el codazo de los códigos para impedirle su curación. Los fanáticos del fútbol, aun los del propio Deportes Tolima, lo señalan con sus frases hirientes y le enrostran su condición de adicto cuando marca o cuando yerra. Por eso ante la nueva sanción contra Wilder Medina Tamayo, solo nos resta repetir la frase de un locutor deportivo: ¡juego limpio señores, juego limpio!

(*) Profesor Asociado UT


Credito
LIBARDO VARGAS CELEMÍN (*)

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